Buenos Aires, 1 abril (Especial de NA, por Matilde Fierro) — La sequía en los campos después de las inundaciones pone en el tapete una vez más el estado de los suelos en su mayoría mal cuidados en la Argentina.
   Estos eventos climáticos podrían haber tenido menos consecuencias negativas con un manejo adecuado del ecosistema- suelo.
   La Bolsa de Cereales de Buenos Aires sigue bajando las estimaciones de proyecciones de producción de granos, esta semana le tocó al girasol que cayó a 3.5 millones de toneladas en la previsión.
   Es que la sequía no encontró en los perfiles de los suelos el agua útil que necesita mantener sus rendimientos, por eso ahora las estimaciones de soja oscilan en sólo 39,5 millones de toneladas para la actual campaña 2017-2018, 31,3 % menos que el ciclo anterior 2016-2017, según la entidad.
   Y no se sabe cómo se van a sembrar los cultivos de invierno, entre ellos el trigo 2018- 2019, si no llueve adecuadamente sobre todo en la región centro y la núcleo.
   Ocurre que las precipitaciones bajas e irregulares, que es lo que está sucediendo en un contexto de cambio climático, constituyen un obstáculo importante para la agricultura de secano, como la nuestra.
   Por lo tanto, la humedad del suelo merece ser tratada como un recurso valioso; se ha evaluado que los bajos niveles de precipitaciones e incertidumbre en las lluvias limitan la producción agrícola en aproximadamente tres cuartas partes de las tierras cultivadas del mundo, entre ellas las de nuestro país.
   Un suelo que no retiene la humedad en su perfil y no la entrega a los cultivos en forma adecuada es un suelo enfermo, pero que puede ser regenerado y mejorado.
   El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) se preocupa del tema, pero la avalancha de los eventos climáticos superan cualquier buena intención.
   La gestión del Programa Nacional Suelos de INTA está dirigida, para que dentro de la institución, en la sociedad y en los sectores productivos ocupe un rol central en la prestación de servicios ecológicos y tecnológicos vinculados con la conservación, restauración y mejoramiento de los suelos bajo producción agropecuaria.
   Las tierras secas pueden tener bajos rendimientos agrícolas, no sólo porque las precipitaciones son irregulares o insuficientes, sino también porque hasta el 40 por ciento de las lluvias pueden desaparecer como escorrentía, es decir cuando el suelo deja correr el agua en la superficie y no se recarga.
   Esta mala utilización de las precipitaciones es en parte el resultado de fenómenos naturales (pendiente e intensidad pluvial), pero también es causada por prácticas inadecuadas de manejo de la tierra (soja sobre soja, quema de residuos de cultivos, labranza excesiva, etc.) que destruyen la estructura del suelo, reducen los niveles de materia orgánica, eliminan la fauna beneficiosa y no favorecen la infiltración de agua.
   Un reto clave es cómo manejar las precipitaciones limitadas para que no se produzcan escorrentías superficiales evitables.
   Los cultivos no sólo dependen de las precipitaciones, sino también de la capacidad del suelo para absorber y almacenar agua. .
   Una vez que las lluvias llegan a la superficie del terreno, pueden infiltrarse en el suelo, escurrirse sobre la superficie, provocar erosión hídrica o acumularse en las hojas de la planta o en charcos desde donde se evapora de nuevo a la atmósfera.
   Para una captura, infiltración, almacenamiento y uso óptimos de la humedad del suelo, son importantes la permeabilidad y la capacidad de almacenar la humedad adquirida en la zona radicular y liberarla a las raíces de la planta, lo que se conoce como capacidad de retención de agua del suelo.
   Según los técnicos de todo el mundo, lo importante es almacenar en el perfil de un suelo sano, con buena calidad de materia orgánica, de microbiología benéfica y que no esté saturado de agroquímicos, lo que en Argentina es casi imposible.
   Las actuales condiciones climáticas, que no dan respiro al productor, significan una prueba para comenzar a cuidar el suelo al que se maltrató durante los últimos 20 años con monocultivo, sin rotación y exceso de aplicación de productos químicos.
   Un desafío queda entonces por delante, un compromiso sobretodo para los gobiernos y es recuperar los suelos argentinos. 
 
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