En Medjugorje, Bosnia-Herzegovina, a través de Mirjana Soldo
“Queridos hijos, los invito a ser valientes, a no desistir, porque el
bien más pequeño y el más pequeño signo de amor, vencen
sobre el mal cada vez más visible. Hijos míos, escúchenme, para
que el bien pueda vencer, para que puedan conocer el amor de
mi Hijo. Esta es la dicha más grande: los brazos de mi Hijo que
abrazan; Él, que ama el alma, Él, que se ha dado por ustedes y
siempre y nuevamente se da en la Eucaristía; Él, que tiene
palabras de vida eterna. Conocer su amor, seguir sus huellas,
significa tener la riqueza de la espiritualidad. Esa es la riqueza
que da buenos sentimientos y ve el amor y la bondad en todas
partes. Apóstoles de mi amor, con el calor del amor de mi Hijo,
sean como los rayos del sol que calientan todo en torno a sí. Hijos
míos, el mundo tiene necesidad de apóstoles del amor, el mundo
tiene necesidad de muchas oraciones: pero de oraciones con el
corazón y con el alma, y no solo de aquellas que se pronuncian
con los labios. Hijos míos, tiendan a la santidad, pero en
humildad; en la humildad que le permite a mi Hijo realizar, a
través de ustedes, lo que Él desea. Hijos míos, sus oraciones,
sus palabras, pensamientos y obras, todo esto les abre o les
cierra las puertas del Reino de los Cielos. Mi Hijo les ha mostrado
el camino y les ha dado esperanza, y yo los consuelo y los
aliento. Porque, hijos míos, yo he conocido el dolor, pero he
tenido fe y esperanza. Ahora tengo el premio de la vida en el
Reino de mi Hijo. Por eso, escúchenme: ¡tengan valor y no
desistan! ¡Le doy las gracias!”