“Hasta hace unos años, la productividad y la rentabilidad eran las mayores preocupaciones de las empresas a nivel global, pero este año por primera vez ganaron posición las variables ambientales”, dijo el Ing. Agr. Ernesto Viglizzo, investigador del CONICET, en el webinar Ganadería y Cambio Climático organizado por el Foro Argentino de Genética Bovina, presentado los resultados de una encuesta a empresarios, académicos, referentes sociales y líderes de gobierno, realizada por el World Economic Forum 2020. “La mayor cantidad de respuestas apuntó a los riesgos de ocurrencia de eventos climáticos extremos, pérdida de biodiversidad y desastres ambientales causados por el hombre”, detalló.
En cuanto a la ganadería bovina, estos nuevos paradigmas abren un terreno fértil para la visión que intentan imponer ambientalistas y veganos de la Unión Europea.
“Hay que seguir de cerca a estos grupos que yo llamo ‘lobby’ porque son los más poderosos que arremeten contra la carne vacuna y sus opiniones irradian rápidamente a escala global. Sostienen que, más allá de afectar la salud humana, la producción bovina impacta negativamente en el ambiente, en lo que hace al uso y la contaminación de los recursos naturales”, planteó el investigador, poniendo sobre la mesa los mitos que afectan a los países ganaderos de Sudamérica, entre ellos, la Argentina que históricamente ha exportado al bloque europeo.
Durmiendo con el enemigo
Los argumentos en contra de la carne vacuna tienen sus años aunque cobraron nuevo brío a partir de un estudio de 2018, realizado por la Universidad de Oxford, Reino Unido, que involucra a 38.700 granjas comerciales, en 119 países. “Según los autores, para producir 100 gramos de proteínas, los bovinos demandan más tierra y agua, y emiten más gases de efecto invernadero y otros contaminantes, que granos como el trigo, maíz, arroz y soja.
“Cuando se publicaron estos trabajos, tuvieron un impacto muy fuerte. El lobby de los veganos puso mucho énfasis en que la población europea abandonara hábitos culinarios e hiciera un viraje hacia dietas vegetales”, contó Viglizzo. ¿Que proponen? “Desacoplar la producción de carne del uso de la tierra. Entonces, además de carnes vegetales, impulsan la carne cultivada, que se produce replicando moléculas de ADN, es decir, sacándole unas células a la vaca y desarrollándolas en condiciones de laboratorio. No es el mismo alimento, pero además está avanzando a toda velocidad con este producto, lo que atenta contra un factor de producción del agro tradicional”, advirtió.
En paralelo, en diciembre de 2020, el Parlamento Europeo propuso el Pacto Verde que apunta de dejar de producir emisiones netas de gases de efecto invernadero en 2050 y posicionarse como el primer continente neutro.
En materia comercial, esta hoja de ruta señala explícitamente que el precio de los productos comprados a terceros países, deberá reflejar con precisión su contenido de carbono. “Esto significa penalizar aquellas carnes que lleguen a sus góndolas con mayor carga de carbono, más concretamente con mayor huella, una de las causas del calentamiento global y de la fuerte variabilidad climática de los últimos tiempos”, alertó, señalando asimismo que promoverán que otros países importadores también adopten estos criterios.
“O sea, que la Unión Europea trata de erigirse en algo así como un líder de la defensa del ambiente global y para eso ejercerá todas las presiones diplomáticas posibles”, aseveró.
¿Puede la demanda China liberarnos del lobby de la UE? “Europa busca imponer su posición con datos científicos, que influyen mucho en las negociaciones. Hoy los sistemas satelitales globales están monitoreando cada pixel de la tierra y permiten evaluar rápidamente cambios en la superficie boscosa. Y se entiende que el principal impacto potencialmente negativo de la ganadería está en la desforestación. En el caso de la Argentina, la tasa de desforestación ha bajado significativamente desde 2008 en que entró en vigencia la Ley de Bosques, eso juega a nuestro favor”, respondió.
Mitos y verdades
Para Viglizzo, los estudios que sustentan a los ambientalistas no contemplan que la forma de producir carne de los europeos, con predominio de sistemas de tipo industrial, intensivos, difiere de la ganadería argentina que también utiliza el feedlot pero obtiene la mayor parte de los kilos de cada animal sobre pastizales y pasturas.
“En todos los casos los bovinos emiten carbono, pero nuestros sistemas pueden secuestrarlo y los otros no”, indicó. ¿Qué hacen las pasturas? “Capturan carbono que ya está en la atmósfera, por fotosíntesis. Ese carbono es consumido por el animal, que lo recicla como metano y luego vuelve al medio. Y si bien el metano tiene un poder calorífico mucho más importante, lo cierto es que la cantidad neta de carbono que se está reciclando es siempre la misma, o sea, no estamos agregando más”, explicó.
A nivel global, los mediciones de gases de efecto invernadero se basan en las metodologías desarrolladas por el Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), que fue creado en 1988. “El problema es que le asigna un valor de secuestro de carbono sólo a las tierras de bosques, algo que debería ser revisado, porque las tierras de pastoreo, bien manejadas, también pueden capturar”, opinó, remarcando que esto tiene una enorme importancia para la Argentina donde el 80% de la cobertura territorial corresponde, precisamente, a tierras pastoreo.
La contabilidad del carbono
Seguidamente el investigador definió el balance de carbono, que mide la diferencia entre lo que se emite y lo que se secuestra por hectárea del sistema ganadero. Sin embargo, los estudios de Oxford, que castigaron a la carne vacuna, midieron la huella de carbono que es la cantidad de carbono producido por cada kilo o tonelada de producto. Así las cosas, para explicar cómo juegan los métodos del IPCC, puso un ejemplo de la ganadería local.
Consideró un planteo con 80% de pasturas, 20% de maíz, que fertiliza con 100 kg/ha de urea y obtiene 550 kg de carne por hectárea. ¿Cómo se calcula la huella de carbono? “En primer lugar se le incorporan las emisiones por manufactura de los insumos que consume ese planteo, por combustible, plaguicidas y fertilizantes, que en realidad, deberían cargarse a la industria que los fabricó y no al productor agropecuario. Nosotros, los investigadores, estamos cuestionando este aspecto”, aseveró.
Pero también, prosiguió, hay emisiones propias de la ganadería que son las que juegan más fuerte en la contabilidad ambiental: las se producen por excreta, o sea, metano y por orina, es decir, óxido nitroso.
“Si asumimos que el secuestro de carbono en nuestros sistemas es cero, tal como computan todos los estudios europeos, nuestro modelo tendría una huella de carbono de 1.454 kg por tonelada de carne. En cambio, si consideramos el secuestro de las pasturas, vemos un baja sustancial, se capturan 909 kg de carbono y la huella baja a 500 kg. Y no es lo mismo llegar a una góndola europea con 1.454 kg de carbono por tonelada, que hacerlo con 500 kg”, reiteró. Y subrayó: “Incluso, es posible que un sistema pastoril de alta productividad pueda tener mayor secuestro de carbono del forraje que emisión por parte de los animales. Hay gran variabilidad de planteos en nuestras latitudes y cada uno tiene su balance”
¿Cómo medir el secuestro de carbono de las pasturas? “Nosotros no disponemos de recursos humanos ni económicos como para llevar adelante los estudios necesarios a campo, que son complejos y demandan mucho tiempo y, en este sentido, debería haber colaboración desde el sector privado. El atajo que hemos tomado es hacer revisiones de la bibliografía internacional aplicables a nuestras regiones ganaderas, pero deberíamos contar con nuestros propios datos para negociar en los foros internacionales”, finalizó Viglizzo.
Por Ing. Agr. Liliana Rosenstein, Editora de Valor Carne
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