Por Federico Sturzenegger — Perfil
Buenos Aires, 21 de junio (PR/21) .– Alguna vez se ha dicho que el modelo económico de este gobierno es soja y suerte, pero los eventos de los últimos meses permitirían hoy caracterizarlo mejor como soja, Powell, Biden y suerte.
Hagamos un poco de historia. La crisis financiera detonada por la eclosión de Lehman Brothers en 2008 abrió un interrogante sobre las perspectivas del mundo y el futuro del capitalismo; sin embargo, gracias a la acción decidida (y expansiva) de la Reserva Federal de Ben Bernanke y (algo más tarde) del Banco Central Europeo con Mario Draghi, la sangre no llegó al río: la economía mundial se recuperó y sin inflación. Tanto fue el éxito de estas dos instituciones que en la década que siguió se les atribuyó el poder de sortear cualquier tropiezo y hacer al mismo tiempo de la inflación algo del pasado.
El triunfo de Juan Domingo Biden sumó a una política monetaria ya expansiva, un fuerte programa de estimulo (léase déficit) fiscal que adicionaba a su vez al que ya se había hecho con Donald Trump. Digo fuerte porque en tamaño lo que EE.UU. ya comprometió en gastos relacionados al covid-19 supera (en plata de hoy) a lo que ese país gastó en las dos guerras mundiales, las de Corea y Vietnam… todas juntas. Excepto que en este caso el esfuerzo se aplica en poco más de un año y cuando la economía norteamericana se espera crezca más de 6%. Larry Summers, quizás el economista más importante de nuestro tiempo, ha sentenciado que hoy la combinación de política fiscal y monetaria de los EE.UU. es la más irresponsable de los últimos 50 años.
La conjunción de estas políticas expansivas ha centrado el debate en si esta combinación puede traer del más allá a la inflación. Hasta hace poco era un debate académico, pero en los últimos meses el problema se convirtió en real. La inflación mensual en abril en EE.UU. marcó un 0,8% (un 10% anualizado) y en mayo fue de 0,6% (un 7% anualizado). Por supuesto que son solo dos meses, pero en mayo los precios ya habían subido 5% respecto al año anterior y el salto en la inflación núcleo la llevó a valores que no se veían desde 1992. Aun así, las tasas de interés de largo plazo casi no se han movido, indicando que el mercado piensa que el fenómeno es transitorio y el comunicado de la Fed de este miércoles pasado, por otra parte, no muestra ninguna señal de preocupación al respecto.
Los argentinos, duchos en el tema inflación, sabemos leer señales que indican si el problema llegó para quedarse. Por ejemplo, cuando la gente anticipa inflación, busca refugio en el dólar, que actúa como termómetro de esa inflación por venir. En Estados Unidos esas señales están por todos lados, excepto que allá se manifiestan en otros activos: el precio de las acciones (el índice accionario S&P subió 37% en el último año), el bitcoin (subió 220%) o en los commodities (la soja subió más de 60%). Esto último es particularmente relevante para la Argentina. Los términos de intercambio del primer trimestre 2021 son los terceros más altos de toda la serie que publica el Indec desde 1986. Esto es porque el precio de nuestras exportaciones sube en anticipación de una inflación, que determinará, eventualmente, el costo de las importaciones. La ayuda de Powell en esto no va a durar.
Pero el salto inflacionario en los EE.UU. genera otro beneficio económico para el Estado argentino. El Gobierno tiene una deuda con el sector privado que está colocada en gran parte en bonos a largo plazo denominados en dólares. La clave es que está fijo el valor en dólares de lo que hay que pagar. Por consiguiente, cualquier aumento en la inflación norteamericana licúa el valor real de esa deuda. Por ejemplo, una inflación de 5%, en un año, como la que se alcanzó en mayo, reduce el valor real de las obligaciones que emergieron del canje de deuda del año pasado en 4.600 millones de dólares. Si continúa, seguirá sumando licuación. Los economistas lo llaman “ganancia por valuación”. El mercado percibe que la deuda, licuada, menor en carga (el PBI argentino en dólares crecerá a la tasa de inflación norteamericana más cualquier extra que pueda adicionar) es más factible que se pague. En parte por esto en las últimas semanas los bonos argentinos vienen subiendo sostenidamente.
En adición a los ya muy comentados 10 mil millones de dólares de ingresos extra de divisas por el aumento en el precio de la soja y los 4.300 millones por la capitalización del FMI, debiéramos sumarle entonces este año un alivio de al menos 4.600 por efecto valuación sobre la deuda (aunque esto último lo gana el Estado pero en una parte lo pierden otros argentinos).
El resultado por valuación puede asimilarse a un ingreso fiscal. Si se adiciona, ¿cómo queda el resultado fiscal? El déficit fiscal primario de este año rondará el 3,4% del PBI, una baja importante respecto del año anterior. Pero en realidad gran parte de ese desequilibrio no se financia con endeudamiento sino con impuesto inflacionario. Y la inflación en realidad hay que contarla como un impuesto más. Un impuesto horrible pero impuesto al fin. De mínima, la inflación recaudará este año un 2,4% del PBI. El déficit fiscal es, en realidad, 1%. Y si sumamos la ganancia de valuación que mencionamos arriba, de 1,1% del PBI, tenemos en realidad un superávit primario de 0,1% del PBI. El tipo de resultado que le gusta al FMI.
Biden y Powell están, sin que les importe en lo más mínimo, ayudando a equilibrar las cuentas del Estado argentino. El populismo, por momentos, suma aliados inesperados.
*Profesor en la Universidad de San Andrés, Harvard y HEC (París).
Primicias Rurales