Buenos Aires, 30 de julio (PR/21) .– Las desigualdades estructurales y sistémicas de América Latina no representan ninguna novedad. Sin embargo, la pandemia del COVID-19 puso en evidencia su crudeza, reforzando todo tipo de vulnerabilidades. Como expresa la arquitecta y activista Ana Falú (2020), las medidas tomadas para hacer frente a la crisis sanitaria afectaron particularmente a mujeres, niñas e identidades diversas en distintas dimensiones territoriales, donde median relaciones de poder en permanente disputas y resistencias.
Por su parte, Alicia Bárcena (2021), Secretaria Ejecutiva de CEPAL, afirma que “en el escenario post covid estaremos mucho más pobres y desiguales. Por la tanto, se torna urgente construir un pacto social orientado a la protección social universal y al cambio de paradigma de desarrollo en línea con la Agenda 2030”. Y agrega: “la pandemia es un llamado de atención para abordar las desigualdades de género en la región y replantear los patrones históricos de desarrollo urbano”.
En este sentido, planificar territorios pensados para la sostenibilidad de la vida, implicará necesariamente poner en el centro de la escena la economía del cuidado. Aunque se trate de un trabajo invisibilizado y subvalorado en términos sociales y económicos, los cuidados constituyen el 20 por ciento del PBI mundial. Sin embargo, la organización social de los mismos es totalmente asimétrica entre los géneros.
Las mujeres (en un sentido diverso y plural, dado que el universal mujer no existe), siguen dedicando entre 1 y 3 horas diarias más que los varones a las labores domésticas y entre 2 y 10 veces más de tiempo diario a la prestación de cuidados de los hijos e hijas, personas mayores y/o enfermas (ONU Mujeres), ya sea en las casas, en los barrios, en las instituciones, en los comedores comunales, etc. Esta diferencia crece si los cuidados son llevados a cabo por mujeres con discapacidad, ya que implican una mayor cantidad de tiempo y desgaste físico que la media, aunque no suelen ser consideradas en las estadísticas oficiales.
Frente a este escenario, se torna urgente redefinir los entramados urbanos, adaptándolos al cuidado de la vida a través de distintas políticas públicas de hábitat y vivienda, que tomen en consideración -como plantea Ana Falú- las convivencias ancladas a las experiencias que nos toca vivir (desde el cuerpo, la casa, el barrio, lo urbano, lo rural), en territorios que aún siguen regidos por una construcción patriarcal, androcéntrica y neoliberal.
Fuente: Lic. Mariana Jaques, miembro del área de Ciudades Sostenibles del Centro Geo de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.
Primicias Rurales