Por Irene Polimeni Sosa
La economista e integrante de Jóvenes por el Clima Ana Julia Aneise habla sobre el debate del litio en Argentina, señala las implicancias y complejidades de la transición energética y propone vías para una acción responsable dentro del esquema extractivista imperante.
Buenos Aires, 10 de mayo (PR/22) .-El litio representa un recurso estratégico fundamental a la hora de pensar el recambio energético necesario a escala global para dejar de utilizar combustibles contaminantes y responder a la crisis ecológico ambiental.
Argentina ocupa el cuarto lugar en la producción de litio a nivel mundial, después de China, Australia y Chile. Argentina, Chile y Bolivia conforman el triángulo del litio, que contiene el 65% de las reservas globales del metal.
“La extracción de litio en el país sigue bajo la poco conveniente ley de minería que no lo valora como recurso estratégico. Mirando al futuro ¿vamos a mantener un modelo puramente extractivista de los recursos naturales o podemos iniciar un verdadero camino de desarrollo minero, industrial y tecnológico?” se pregunta Luciano Galende en uno de los capítulos recientes de SIC Periodismo Textual, programa que conduce junto a Flor Alcaraz en la Televisión Pública.
Para profundizar algunos de los aspectos que florecen dentro de esa pregunta, desde una perspectiva a la vez especializada y comprometida con la problemática ambiental, conversé con la economista Ana Julia Aneise, integrante de Jóvenes por el Clima y maestrando en Economía y Derecho del Cambio Climático (FLACSO).
-Cuando hablamos de litio, hablamos de transición energética ¿A que se refieren, desde Jóvenes por el clima, cuando hablan de transición energética? ¿Qué alcances tiene ese concepto para ustedes?
-Para nosotres la transición energética es la respuesta a un diagnóstico. La excesiva emisión de gases invernaderos a la atmósfera y la degradación de ecosistemas están llevando a un colapso, la situación es muy cercana a una de no retorno. Esto requiere de un accionar conjunto, masivo y coordinado a escala global. Este accionar es mucho más que una mera transformación tecnológica. Necesariamente incorpora otras dimensiones. Por un lado, los niveles actuales de consumo son muy difíciles de replicar en un escenario de fuentes renovables. Además, la manera en que son producidas requiere de una serie de minerales que son un recurso escaso y cuya extracción implica un avance sobre otros ecosistemas. Es una gran realidad compleja, con muchos frentes. Pero el común denominador es que tenemos que generar una transformación civilizatoria que tenga como prioridad la sostenibilidad de nuestra especie. Y en ese sentido, hay otros objetivos, que son los que rigen el sistema socioeconómico actualmente -el primero de ellos, la persecución de la ganancia monetaria-, que tienen que ser puestos en segundo lugar para poder avanzar.
También está el tema de las inequidades que existen a nivel global. Inequidades norte sur e inequidades de los deciles más altos y más bajos de ingresos. En esta necesidad de transformación integral, no estamos en la misma situación en Argentina con casi un 40% de pobreza que en Estados Unidos o un país europeo. En este sentido, consideramos que una condición fundamental para que la transición energética sea justa (es decir, que este cambio no sea hecho en detrimento de la calidad de vida de las personas) es el financiamiento internacional. Esto es parte del compromiso al que acordaron los países en el marco del Acuerdo de París en el 2015, y no se está cumpliendo. Por la responsabilidad histórica que tienen estos países en el cambio climático, pero sobre todo por la capacidad financiera que tienen, que se hagan cargo de impulsar económicamente la transición es una condición fundamental para que la transformación se dé de la mejor manera posible.
Por eso, es un tema que tiene un núcleo en la concentración de la riqueza y que, como todo lo que involucra a lo ambiental, es un reflejo de nuestra sociedad, que tiene muchos otros problemas. Lo ambiental es siempre un síntoma de otros problemas que tiene la sociedad.
Ana Julia Aneise.
-Porque es un elemento fundamental para la transición hacia la electromovilidad. Los autos eléctricos usan baterías de ion litio, y es un metal que está concentrado en no muchos países. Hay un elemento que es muy demandado y que Argentina tiene en abundancia.
Ahora bien, esto implica una serie de complejidades. Nosotros tenemos el litio en salares, al igual que Chile y Bolivia. La minería de litio en salares consume muchísima agua en ecosistemas de humedal, que son frágiles. Además, son emprendimientos extractivos que se emplazan en lugares donde viven comunidades de pueblos originarios. Ok, la transición energética global está demandando grandes cantidades de metales y elementos. Ok, en Argentina tenemos mucho de eso. Pero esa explotación de ese recurso tiene asociado un impacto ambiental y social. Entonces, en un punto, tenemos que preguntarnos ¿hacia dónde está yendo esa transición? Y acá entra la pregunta que me hacías antes sobre cómo entendemos la transición energética. La transición para muchos es que en Estados Unidos, en lugar de autos a combustión tengan autos eléctricos. Entonces, la familia que antes tenía tres autos, sigue con su esquema de consumo actual, sigue sin poner en duda el esquema de acumulación y, en definitiva, seguimos igual pero con menos emisiones. En el corto plazo, es un drenaje muy fuerte de recursos en países del sur global para satisfacer un consumo del norte global. Se perpetúan las inequidades. Esto es un poco lo que se mezcla en la discusión del litio en la Argentina.
-¿Cuáles son los puntos centrales a la hora de pensar este tema desde una perspectiva que desarticule la dicotomía desarrollo vs. ambientalismo? ¿Cómo podemos pensar desde una mirada soberana el proceso de transición energética?
-En mi opinión personal, creo que desarticular esa dicotomía (más allá de las tensiones que existe y tienen que ser reconocidas), tiene que ver con hacer una minería del litio que intente utilizar tecnologías en la etapa de extracción que sean menos agresivas en términos ambientales, que consuman menos agua. Esas tecnologías están en desarrollo y tiene que haber un fuerte impulso y apoyo a los centros de investigación que están trabajando en provincias litíferas. Eso existe, y tenemos que impulsarlo y demostrar que nos importa realmente hacer una extracción menos agresiva del elemento.
Por otro lado, es necesario poner en jaque el rol que ocupamos a nivel internacional al no generar demasiado valor agregado a partir de la materia prima. Suena muy bien decirlo, es bien difícil instrumentarlo: construir las capacidades, conseguir el financiamiento para tener la tecnología que posibilite ese proceso de industrialización, tener una macroeconomía que también facilite, son un montón de condiciones. Pero en el ideal, tendríamos que estar más cerca de exportar autos eléctricos o baterías de ion litio que carbonato de litio, que es lo que mayoritariamente exportamos ahora.
También es fundamental respetar los procesos que están establecidos en la Constitución en términos de las salvaguardias sociales ambientales. Tiene que existir una consulta libre previa informada a los pueblos originarios respecto a si quieren o no que sus territorios se haga extracción. Para los casos en los que se de la licencia social, regímenes de fiscalización ambiental que sean realmente competentes, que permitan hacer estudios que vayan más allá del estudio de impacto ambiental que haga cada empresa. Todo eso debería estar apalancado por universidades nacionales, por el sistema de ciencia y técnica provincial, en controles que realmente tengan las capacidades para poder generar una real garantía de que, dentro de lo que es la actividad extractiva, se está trabajando con los mejores estándares posibles. El resumen es que hay que respetar lo social y ambiental a nivel local.
En una dimensión, si se quiere, más sistémica, deberíamos cuestionarnos cuáles son los patrones de consumo a los cuales responde esta demanda y de qué manera vamos a responder o no desde Argentina o desde América Latina a eso. Siempre entendiendo que estamos insertos en un mundo que demanda algo y nosotros estamos en una situación de mucha debilidad y fragilidad económica. Es difícil poner eso en jaque desde Argentina porque implica una tensión con los objetivos en términos sociales.
-De los países que conforman el triángulo del litio, el nuestro es el único que no lo ha declarado recurso estratégico ¿qué implicancias tiene esto?
-Argentina no tiene un régimen específico para el litio, como vos bien decís, está atado al régimen minero en términos generales. Somos un país federal en el cual las provincias tienen el dominio originario de los recursos naturales. Uno podría decir que hay que someter el litio a un régimen especial, pero eso podría entrar en tensión con los intereses de las provincias. Supone una gran gestión en términos de federalismo. Me parece que nos tiene que preocupar ver de qué manera tener ese recurso posibilita una mejor calidad de vida para los catamarqueños, los jujeños y los salteños.
-¿Cómo ves la perspectiva de una alianza nacional en relación a la cuestión del litio?
-Creo que hoy estamos lejos, pero que en el horizonte sería, claramente, lo idóneo. Siempre aliándose y estableciendo lazos regionales se puede plantear una mejor posición para negociar determinadas condiciones de cara al resto del mundo