Por Claudia Rucci* .
Buenos Aires, 3 noviembre (especial para NA/ PR/23) — En 2019 se conoció una decisión sorpresiva: Mauricio Macri anunciaba la elección de un dirigente peronista como acompañante en la fórmula presidencial de Juntos por el Cambio.
Esto originó la incorporación de numerosos sectores y dirigentes para enfrentar lo que desde hace muchos años veníamos entendiendo como una moderna forma de “entrismo” que había modificado la esencia del ideario peronista.
No era la primera vez que acompañábamos diversas opciones electorales frente al kirchnerismo y sus distintas variantes.
Había ocurrido desde 2005, cuando Néstor Kirchner comenzó a impulsar la idea de “la transversalidad” como una manera de “superar los límites del PJ”, incorporando principalmente sectores de centro izquierda.
Comenzamos, entonces, una búsqueda de espacios de representación como la exitosa experiencia bonaerense de 2009, el Peronismo Federal de 2012 o el UNA en 2015 y 2017.
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Un poco de historia.
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A principios de 2015 se había conocido el acuerdo entre Mauricio Macri y Elisa Carrió para competir en las elecciones primarias de ese año, expresando que se sellaba la unidad de ambos espacios “para que haya una alternativa competitiva frente a los que nos gobiernan desde hace décadas”.
Tras la convención radical de Gualeguaychú la UCR se sumó a la alianza. Allí se dijo entonces que “tenemos una oportunidad única para que el republicanismo democrático derrote al populismo autoritario y regrese al poder”, al tiempo que se rechazó de plano la inclusión de Massa en el frente opositor expresando que “la sociedad no va a entender que la salida al kirchnerismo pueda ser liderada por alguien que viene del kirchnerismo”.
La postura impulsada por Gerardo Morales de realizar un acuerdo con Sergio Massa fue derrotada, y Morales propuso que la UCR “disponga la libertad de acción”.
“Lo único que necesitamos es que nos autoricen a colgarnos de todos…”, dijo entonces el dirigente radical.
Cambiemos triunfó en la elección de 2015, y el cúmulo de errores cometidos en lo político y lo económico habilitaron, cuatro años después, el regreso al poder del tándem Cristina- Massa.
Para ello no tuvieron que esforzarse demasiado: un candidato a presidente sin peso propio presentado como “moderado y dialoguista”, la consigna de “unidad de todo el peronismo” y un reparto de los resortes principales del poder y las cajas del Estado, principalmente, entre Cristina y Massa fueron más que suficiente.
La pésima gestión de Alberto, los conflictos internos del frente oficialista, el empeoramiento de la economía hizo creer a gran parte de la dirigencia de Juntos por el Cambio que el camino al retorno del poder estaba allanado.
“El candidato que surja de nuestras filas será el nuevo presidente” era una frase habitual en cualquier diálogo interno.
Por lo tanto, era posible desatar las pasiones internas, no importaría el costo que ello originase, sin riesgo alguno. Muchos dirigentes, emocionados anticipadamente y sin demasiada evaluación de sus posibilidades objetivas, comenzaron a imaginar su asunción presidencial y la recepción del bastón de mando, a organizar gabinetes y a preparar planes de gobierno.
La preferencia mayoritaria en el voto opositor, sin embargo, fue en otra dirección. La que expresó cansancio y rechazo a una política tradicional que no supo dar respuestas a la demanda social.
Así llegamos al balotaje que hoy se avecina…
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El terremoto interno.
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Lo que hoy damos en llamar “la crisis de Juntos por el Cambio”, y la consiguiente posibilidad de fractura, no está originada en las recientes declaraciones de apoyo a Javier Milei por parte de Bullrich y Petri.
En todo caso, esas declaraciones las aceleraron y las pusieron en blanco sobre negro. Es una crisis de identidad que lleva ya un tiempo de existencia latente.
El actual discurso de “neutralidad” o defensa de “la vocación de ser opositores”, intenta disimular una clara elección en la confrontación por venir que, por razones obvias, los dirigentes involucrados no pueden hacer pública. Eligieron acompañar a Sergio Massa.
En algunos sectores de la alianza parecen haber caducado las ideas fundacionales de cambio en las políticas públicas, en las formas de administrar el Estado, de relacionarse con el mundo o del funcionamiento de la vida institucional.
Con matices entre ellos, abierta o solapadamente, se han sumado al coro de quienes declaman “unidad nacional para enfrentar a la derecha”.
Y para enfrentar a la derecha optan por…Sergio Massa.
Ya se habían manifestado, aunque de manera encubierta, en la elección del pasado domingo. Un minucioso análisis de los resultados muestra claramente el accionar de sectores internos que, sorprendidos y/o disgustados con el resultado de las PASO, o trabajaron con desinterés por el triunfo del espacio, o trabajaron solamente por las candidaturas locales (sólo cuando eran dueños de éstas) promoviendo el apoyo a Sergio Massa a nivel nacional.
Para nosotros, sin embargo, la confrontación que hoy se avecina es muy clara.
De un lado una alianza conformada por el kirchnerismo tradicional, la “cooperativa de acceso al poder” de intendentes y gobernadores “peronistas todo terreno” (apoyarían una candidatura de Cristina, Máximo, Scioli, Grabois, Wado o Massa sin inconvenientes, siempre que contribuya a garantizar su permanencia en el poder provincial o municipal) y una expresión política desideologizada y adaptativa como “el massismo”, con un proyecto propio de poder alejado de cualquier prurito o escrúpulo para conseguirlo.
Del otro, una expresión del agotamiento de la sociedad – especialmente de los sectores más jóvenes de la misma- con el modelo político vigente que, más allá del discurso, llevó al empobrecimiento y la decadencia del país y la sociedad en pleno.
Expresado por un Javier Milei inexperto, contradictorio, con algunas propuestas poco comprensibles, con otras de dudosa implementación, pero -en definitiva- como alternativa a la continuidad del modelo vigente.
El apoyo a quienes recibieron la preferencia mayoritaria del voto opositor a la continuidad del modelo en las pasadas elecciones debería surgir, entonces, como natural y obligada.
La opción que enfrentamos el 19/11 es entre un cambio que, aún con muchos temas a debatir, está más cercano a la identidad propia o la continuidad de una nueva variante del modelo surgido en 2003, para que complete casi un cuarto de siglo de su implementación.
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Desventuras del peronismo peronista.
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La crisis de identidad que atraviesa el peronismo desde hace décadas ha convertido a la estructura que lo representa en un modelo político versátil.
Los mismos dirigentes pueden apoyar indistintamente relaciones carnales con USA como convocar a la “gran patria latinoamericana” y manifestar apoyo a Cuba, Venezuela e Irán.
Pueden aplaudir el indulto de Menem o la asunción de Milani al frente del ejército como convertir en emblemas a “los jóvenes idealistas de los ´70”.
Pueden reivindicar la “movilidad social ascendente” mientras hacen crecer la pobreza que convierte a los humildes en rehenes; recitar la consigna de la unidad nacional mientras enfrentan a unos contra otros o hablar de “la concertación de la producción y el trabajo” mientras promueven la lucha de clases al mejor estilo de la izquierda clásica.
El “recuerdo que da votos” -al decir de Julio Bárbaro- convenientemente adaptado a cada ocasión, siempre será útil para disputar con posibilidades de éxito el poder municipal, provincial o nacional.
Hoy, para nosotros, nuevamente la opción sigue siendo clara.
Para la Argentina y los argentinos el kirchnerismo y sus variantes pura, albertista o massista representan la certeza de más decadencia, miseria y atraso. Y en lo que respecta a nuestra identidad, nuevamente debemos ratificar que, para un peronista, no puede haber nada peor que más kirchnerismo.
(*) – Actriz y senadora bonaerense de Juntos por el Cambio.
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Fuente: NA