Ligado desde chico al mundo cárnico, creó la marca Paty y actualmente es dueño, junto a su hijo, del Frigorífico Pico. A sus 84 años dice que sigue aprendiendo y busca llevar la carne argentina a otro nivel.
Buenos Aires, lunes 5 febrero (PR/24) — Con 85 años por cumplir el próximo 24 de febrero, Ernesto Lowenstein sigue siendo de los primeros en llegar y el último en irse de las oficinas que Frigorífico Pico (ubicado en La Pampa), tiene en la provincia de Buenos Aires. Antes de comenzar la entrevista aclara que todos lo conocen como Tito, por lo que, si le dicen por su nombre, seguramente no se dará vuelta.
Con voz pausada y conceptos claros, cuenta que cuando sus amigos le preguntan por qué no se jubila así puede hacer lo que quiera, él responde: “Yo estoy haciendo lo que quiero que es trabajar. Si uno toma al trabajo como un modo de vivir, no como una obligación, no es un peso”.
De raíces carniceras
Con apenas dos o tres años de edad, Tito ya acompañaba a su padre Luis a comprar hacienda e incluso estando en el secundario engañaban juntos a su madre Dora, quien pensaba que estaba en el colegio estudiando, para recorrer el mercado de Liniers en busca del mejor ganado. Esto, que puede pensarse como una complicidad entre padre e hijo, fue lo que le dio los primeros conocimientos para todo el camino que recorrería tiempo después. “Aprendí de mirar”, dice.
Con orgullo recuerda que su padre llegó a Argentina en 1935 escapando de la Alemania nazi, con un pasaporte que en el espacio para Profesión, decía: Carnicero. Se instaló con su esposa, quien había llegado desde Austria tras la Primera Guerra Mundial, en Basavilbaso (Entre Ríos), y si bien en los primeros tiempos hacía 25 kilómetros por día a caballo para vender lo que fuera para sobrevivir, su vida siempre estuvo relacionada con la carne. Así, en 1955 don Luis fundó junto a tres socios una empresa de carne equina y, por supuesto, Tito con sus dieciséis años también estaba allí observando todo. Hoy hace 69 años que está en esa industria que, como él mismo define, “es una industria residual que da trabajo porque el caballo es tan noble que aun después de ser útil en su actividad, lo sigue siendo por su carne”.
Más adelante incursionaría en el ámbito de la carne vacuna con Frigorífico Pico, pero antes dejaría su sello marcado en el corazón de los argentinos creando las hamburguesas Paty. De esta forma, Tito es la sexta generación de una familia carnicera que extiende su pasión desde Europa hasta Argentina. “Para mí, mi padre es una figura muy importante. Me transmitió básicamente ser honesto, aceptar al otro y aceptar que el otro también puede tener razón. Eso sí, manteniendo una línea que es trabajar, mi padre era muy trabajador”, expresa.
Con alma empresaria
Tito reconoce que tuvo cuatro oportunidades para irse del país, pero siempre eligió quedarse. “¿Por qué me quedo en Argentina? Hay algo que los argentinos no quieren entender y es que el país tiene muy buena gente, tenemos que creer más en nosotros y respetarnos más”, afirma. Uno de los momentos en los que dijo no, fue cuando viajó en 1960 con su padre a visitar una fábrica de hamburguesas en Nueva York. “Mi padre quería que me instalara allí para dedicarme a ese negocio pero yo le dije ¿por qué no lo hacemos en Argentina?”, recuerda y así fue como al regresar pasaron solo 50 días desde que se tomó la decisión y las hamburguesas se pusieron a la venta. De esta forma, el 9 de diciembre de 1960 nació Paty. Si bien cuatro años después decidió vender la empresa a su socio para volver a trabajar con su padre en el negocio de carne equina, no hay dudas que fue tiempo suficiente para que la marca se instalara en la mesa de los argentinos siendo hasta hoy el nombre de las hamburguesas.
A finales de los 70, su padre le advirtió que buscara otra actividad porque el negocio no iba bien. Fue así que estando en su casa de descanso en Bariloche se dio cuenta que le daban mucho fastidio las largas filas que se hacían en el centro de esquí para subir al cerro. Recordando los centros de esquí que había visto en un viaje a Francia, pensó que podía ser un negocio interesante. Buscó los socios y al poco tiempo, en el año 1983, inauguró uno de los principales referentes turísticos de Mendoza: el centro de esquí Las Leñas. Después de doce años, los problemas económicos hicieron que se fundiera, lo que le provoca sentimientos encontrados: “Estoy orgulloso de haberla hecho y muy triste por haberla perdido. Me fundí por apurarme, pero cada uno es responsable de sus actos”.
Con ese aprendizaje, retomó la actividad cárnica junto a su hijo Alan adquiriendo Frigorífico Pico, que tiene una planta en esa localidad y otra de última generación a 22 kilómetros, en la ciudad de Trenel. Allí trabajan 850 personas, “uno de los placeres que tengo es ir a las plantas y sentarme a hablar con la gente. Lo que uno escucha de ellos es mucho más profundo que cualquier cosa que podamos escuchar en los medios”, reconoce y afirma: “Para mí una empresa tiene un valor básico, único y que no es cambiable, las personas que trabajan”.
Cuando se le pregunta cómo se define, Tito responde sin dudar: Empresario. “Ser empresario es bastante carga. Es alguien que quiere ganar, hacer que el otro gane, tener la responsabilidad y si anda bien ayuda al país. Liderar es dar el ejemplo y es ser buena gente”. En este sentido resalta dos palabras, que considera que están en desuso, y son la clave para una relación laboral sana: Respeto y Responsabilidad.
La tradición carnicera continúa
Desde hace varios años la séptima generación cárnica de la familia Lowenstein se encuentra al frente de Frigorífico Pico. Se trata de Alan, el único hijo de Tito, quien además creó la línea de productos Premium envasados al vacío Ohra Pampa, que en 2023 obtuvo el reconocimiento Marca País. “Hoy en día me siento orgulloso de lo que está haciendo mi hijo que quiere elevar la vara de la carne para que podamos ser líderes en el mundo, porque liderar es tomar la responsabilidad e ir para adelante”, reconoce su padre.
Entre sus ideas innovadoras, se encuentra el sistema de tipificación y selección de cortes para certificar la calidad de cada pieza. Además, el año pasado lanzaron “La Ruta de la Carne”, un programa impulsado en conjunto con la secretaría de Turismo de La Pampa para poner en valor la riqueza ganadera y frigorífica pampeana; y Meatology, un nuevo paradigma para resignificar el lugar de la carne en los servicios de catering. Pero, adelanta Tito sin dar más detalle, aún queda más por hacer. “Lo que mi hijo tiene en mente para hacer es de un futuro inesperado, yo me siento muy orgulloso de que vaya en ese camino”.
Como dato de color, Frigorífico Pico se encuentra en el libro Guinness por haber alcanzado el récord en el año 2011 de haber hecho el asado a la estaca más grande del mundo, en General Pico, La Pampa. Fueron 13.713 kilos de carne que permitieron degustar a miles de personas 50 mil raciones y lo recaudado fue donado para obras de bien.
En busca de la mejor carne argentina
Junto a su hijo, Tito fue uno de los gestores de la Cadena de las Carnes Sustentables. Crítico de las demoras y trabas burocráticas estériles, asegura que “los mercados no se ganan por precio, se ganan por calidad y por servicio”. Por eso insiste en que “si no comemos buena carne nosotros, ¿cómo vamos a exportar buena carne?”.
Para el empresario decir que la carne Argentina es una de las mejores del mundo, es una historia, “todavía tenemos que conseguir la mejor carne”. De esta forma, visualiza que en unos años pueda suceder lo mismo que con el vino, que de elegir entre unas pocas opciones la gente pueda optar por una variedad específica. “La carne no es solamente lo que gusta, es lo que representa. Para mí representa ser honesto, ser responsable y ser trabajador”, asegura.
Siempre se sigue aprendiendo
Tito asegura que la vida es aprender y así queda demostrado en cada desafío que emprendió y los que le quedan por emprender, como el libro que está escribiendo desde hace un tiempo. “Estoy tratando de terminarlo pero no puedo porque siempre le agrego algo, tiene que ver con lo que viví, quiero dejar un legado”, adelanta.
Sin olvidar que nació en un lugar muy humilde, una casa de chapa, y en una familia que le dio sangre judía, comparte un dicho que siempre recuerda: “El que no conoce su origen, no conoce su futuro”. Al escucharlo, claro, me obliga a preguntarle ¿Cuál es su futuro? Y Tito, con su sonrisa apacible, me deja el último aprendizaje que me llevo de esta charla, al decirme: “Me lo estoy haciendo, todavía hoy en día”.
Por Paola Papaleo
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