Fue él quien se propuso llevar el Evangelio a Oriente, concretamente a Asia, en la que sería una de las expediciones misioneras más ambiciosas de aquel entonces.

Francisco Javier pudo llegar a India y Japón, no obstante Dios lo llamó a su presencia antes de que alcance las costas de China continental.

Un “ambicioso” estudiante universitario

San Francisco Javier nació en 1506, en el Castillo de Javier en Navarra, cerca de Pamplona (España). De familia de alcurnia, a los 18 años fue enviado a estudiar a la Universidad de París (Francia), donde tuvo como compañero al beato jesuita Pedro Favre, quien lo puso en contacto con el entonces estudiante Íñigo de Loyola, el futuro San Ignacio de Loyola.

Francisco entabló una profunda amistad con él, de manera que terminaría integrando el pequeño grupo de compañeros que luego se convertiría en el núcleo fundacional de la Compañía de Jesús, una de las Órdenes religiosas más numerosas e importantes. Finalizados sus estudios, Francisco hizo los Ejercicios Espirituales bajo la dirección de Ignacio y más tarde, los primeros votos.

De cara a Cristo, el joven Francisco llegó a comprender aquello que su amigo Ignacio le había dicho alguna vez: “Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que dura eternamente”.

Atrás quedarían los planes y las aspiraciones terenas, y así el santo haría su consagración definitiva en la Compañía de Jesús en 1534.

Años después, Francisco sería ordenado sacerdote en Venecia (Italia), para después enrumbar a Roma junto a San Ignacio. En la Ciudad Eterna, colaboraría con el General de los Jesuitas en la redacción de las Constituciones de la Compañía.

En dirección a Oriente

En la primera expedición misionera de la Compañía, Francisco fue enviado a la India. En camino hacia dicho país, permanece una temporada en Lisboa (Portugal), donde se reúne con el Padre Rodríguez, quien tenía la misión de acompañarlo.

Durante aquella estancia, el rey Juan III de Portugal les tomó mucha estima a ambos, en buena parte por la calidez con la que habían tratado a su pueblo y el fervor con el que predicaban y practicaban la caridad.

Así, se tomó la decisión de que el P. Rodríguez permanezca en Portugal y que Francisco continúe con el viaje a las colonias portuguesas en India.

Nuncio apostólico en mundos lejanos

Poco antes de zarpar, Francisco recibe de boca del rey una inesperada noticia: el Papa lo había nombrado Nuncio Apostólico en Oriente. Luego de una larga travesía, que solo se detuvo por unos días en Mozambique, Francisco Javier y otros dos compañeros jesuitas llegan a Goa, capital de la India portuguesa, el 5 de mayo de 1542.

En Goa, los jesuitas, encabezados por Francisco Javier, se toparon con una situación terrible. La decadencia moral entre los portugueses campeaba sin control y muchos bautizados se habían alejado de su fe. Entre otros males, los colonos ejercían un trato cruel con los nativos.

Entonces, el santo emprendió la ardua tarea de detener los abusos e impartir la catequesis a los aborígenes. Francisco Javier atendía a los enfermos, muchos de ellos con lepra, enseñaba a los esclavos a leer y administraba los sacramentos.

Fueron tantas las conversiones entre los paravares, habitantes de esa zona, que el santo trabajaba sin descanso atendiendo espiritualmente a unos y otros. Alguna vez, Francisco Javier escribiría una carta a sus hermanos jesuitas en Europa en la que relataba cómo se quedaba a veces sin fuerzas, casi sin poder mover los brazos, por la cantidad de bautizos que hacía en un solo día.

Al mismo tiempo, muy a su estilo -el santo gozaba de un temperamento único-, no tuvo ningún miedo o reparo en escribirle al rey de Portugal denunciando el mal comportamiento de muchos de sus súbditos y exigiendo que cambie el régimen hacia los esclavos. Lamentablemente, como en otros casos, fue poco lo que se consiguió.

Predicador hasta la muerte

El santo permaneció en India hasta que en 1549 partió rumbo a Japón. En la Isla del Sol Naciente las cosas no le resultaron nada fáciles. Cierto que algunos de sus habitantes se convirtieron, pero en general los cristianos no eran bien vistos ya que no seguían las costumbres locales y proclamaban a un Dios ajeno a sus tradiciones, en las que no había, por ejemplo, lugar para el perdón o la caridad.

Por un tiempo, Francisco Javier retornó a la India para después trasladarse a Malaca, donde empezó a hacer los preparativos para el viaje a la China, cuyo territorio era inaccesible para los extranjeros.

El santo logró formar una expedición y llegar hasta la isla desierta de Sancián (Shang-Chawan), cerca a la costa de China continental, a unos cien kilómetros al sur de Hong Kong. Allí cayó gravemente enfermo.

El 3 de diciembre de 1552, Francisco Javier muere sin poder llegar al país que soñó evangelizar.

Epílogo: la santidad

El cuerpo de San Francisco Javier fue puesto en un féretro lleno de barro para ser trasladado. Después de diez semanas el barro fue retirado y los restos del santo fueron hallados incorruptos. Se decidió entonces llevar los restos a Malaca primero y después a Goa, donde permanecen sepultados en la Iglesia del Buen Jesús hasta hoy.

San Francisco Javier fue canonizado el 12 de marzo de 1622. Aquel glorioso día también serían canonizados otros grandes santos: San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, San Felipe Neri y San Isidro Labrador.

Si deseas saber más sobre la vida de San Francisco Javier, te recomendamos este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/San_Francisco_Javier.

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Fuente: ACI Prensa