LECTURA DEL DÍA
Primera lectura
Lectura del Profeta Miqueas
Miq 5, 1-4a
Esto dice el Señor:
“De ti, Belén de Efrata,
pequeña entre las aldeas de Judá,
de ti saldrá el jefe de Israel,
cuyos orígenes se remontan a tiempos pasados,
a los días más antiguos.
Por eso, el Señor abandonará a Israel,
mientras no dé a luz la que ha de dar a luz.
Entonces el resto de sus hermanos
se unirá a los hijos de Israel.
Él se levantará para pastorear a su pueblo
con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios.
Ellos habitarán tranquilos,
porque la grandeza del que ha de nacer llenará la tierra
y él mismo será la paz’’.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos de San Pablo
Heb 10, 5-10
Hermanos: Al entrar al mundo, Cristo dijo, conforme al salmo: No quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije –porque a mí se refiere la Escritura–: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.
Comienza por decir: “No quisiste víctimas ni ofrendas, no te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado –siendo así que eso es lo que pedía la ley–; y luego añade: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.
Con esto, Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo. Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas.
EVANGELIO DEL DÍA
Lectura del santo Evangelio según San Lucas
Lc 1, 39-45
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
COMENTARIO DEL PAPA BENEDICTO XVI
Queridos hermanos y hermanas:
En este IV domingo de Adviento, que precede en poco tiempo al Nacimiento del Señor, el Evangelio narra la visita de María a su pariente Isabel. Este episodio no representa un simple gesto de cortesía, sino que reconoce con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo Testamento. Las dos mujeres, ambas embarazadas, encarnan, en efecto, la espera y el Esperado. La anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras que la joven María lleva en sí la realización de tal espera, para beneficio de toda la humanidad. En las dos mujeres se encuentran y se reconocen, ante todo, los frutos de su seno, Juan y Cristo. Comenta el poeta cristiano Prudencio: «El niño contenido en el vientre anciano saluda, por boca de su madre, al Señor hijo de la Virgen» (Apotheosis, 590: PL 59, 970). El júbilo de Juan en el seno de Isabel es el signo del cumplimiento de la espera: Dios está a punto de visitar a su pueblo. En la Anunciación el arcángel Gabriel había hablado a María del embarazo de Isabel (cf. Lc 1, 36) como prueba del poder de Dios: la esterilidad, a pesar de la edad avanzada, se había transformado en fertilidad.
Isabel, acogiendo a María, reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la humanidad y exclama: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1, 42-43). La expresión «bendita tú entre las mujeres» en el Antiguo Testamento se refiere a Yael (Jue 5, 24) y a Judit (Jdt 13, 18), dos mujeres guerreras que se ocupan de salvar a Israel. Ahora, en cambio, se dirige a María, joven pacífica que va a engendrar al Salvador del mundo. Así también el estremecimiento de alegría de Juan (cf. Lc 1, 44) remite a la danza que el rey David hizo cuando acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en Jerusalén (cf. 1 Cro 15, 29). El Arca, que contenía las tablas de la Ley, el maná y el cetro de Aarón (cf. Hb 9, 4), era el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El que está por nacer, Juan, exulta de alegría ante María, Arca de la nueva Alianza, que lleva en su seno a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.
La escena de la Visitación expresa también la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, espacio para el otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él. En el tiempo de Navidad imitemos a María, visitando a cuantos viven en dificultad, en especial a los enfermos, los presos, los ancianos y los niños. E imitemos también a Isabel que acoge al huésped como a Dios mismo: sin desearlo, no conoceremos nunca al Señor; sin esperarlo, no lo encontraremos; sin buscarlo, no lo encontraremos. Con la misma alegría de María que va deprisa donde Isabel (cf. Lc 1, 39), también nosotros vayamos al encuentro del Señor que viene. Oremos para que todos los hombres busquen a Dios, descubriendo que es Dios mismo quien viene antes a visitarnos. A María, Arca de la Nueva y Eterna Alianza, confiamos nuestro corazón, para que lo haga digno de acoger la visita de Dios en el misterio de su Nacimiento.
Santo Padre Benedicto XVI
23 de diciembre de 2012