Matilde de Ringelheim -por su nombre de pila- se caracterizó por ser una mujer sencilla, piadosa y caritativa con los más necesitados; además de gran promotora de la evangelización de su pueblo. Ella ordenó construir templos y monasterios en distintas partes de su Sajonia natal, en las ciudades de Quedlinburg, Nordhausen, Engern y Poehlden.
Linaje de guerreros
Matilde significa: “valiente en la batalla” y “la que luchó por los suyos”. Santa Matilde fue descendiente del famoso guerrero Widukind, capitán de los sajones que batallaron contra Carlomagno durante el siglo VIII. Nació en Enger, Sajonia, en el año 895. Fue hija de Dietrich, duque de Westfalia y Reinhild.
De niña fue educada por las monjas del convento de Erfurt, donde adquirió las numerosas virtudes cristianas que adornaron su carácter y personalidad. Se casó muy joven con Enrique I, quien se convertiría más tarde en duque de Sajonia (año 912). Ambos formaron un matrimonio feliz, bendecido posteriormente con la prole.
Reina y sierva a la vez
En el año 918, Enrique I fue escogido para suceder al rey de la llamada ‘Francia Orientalis’ [Francia del Oriente], Conrado I. Fue así que el esposo de Matilde se convirtió en el primer soberano de los territorios al oriente de Francia que provenía de una dinastía sajona, por lo que es considerado fundador y primer rey del ‘estado alemán medieval’.
Matilde, de esta manera, se convirtió en reina, aunque nunca dejó de ser una la misma mujer sencilla y piadosa de siempre. Ella se distinguió por su generosidad y dedicación a asistir a los más necesitados de su pueblo. Al mismo tiempo, como figura histórica resulta crucial al representar la impronta católica en la matriz del pueblo germano.
La familia es el tesoro más preciado que debemos cuidar
Después de 23 años de matrimonio, Matilde quedó viuda en 936 y decidió desprenderse de todas sus joyas y brillantes como gesto espiritual y de ofrecimiento a Dios por el alma de su esposo fallecido.
Otón I, su hijo, en calidad de sucesor de Enrique I, fue declarado emperador. Sin embargo, cuando todo presagiaba una sucesión pacífica, Otón acusó a Matilde de haberse puesto de lado de su hermano menor Enrique, quien se había rebelado contra su ascensión al trono imperial. Otón, entonces, ordenó la expulsión de su propia madre del palacio real. Matilde, después de tan trágico suceso, fue acogida en un monasterio. Allí permaneció por algún tiempo, rezando y trabajando como una monja más, rogándole al Señor por la reconciliación de sus hijos.
Cuando la reconciliación llegó, Matilde fue repuesta en palacio, pero no pasaría mucho tiempo y sería acusada nuevamente. Esta vez, la imputación venía de parte de sus dos hijos -otrora enemigos- quienes la acusaban de haber escondido parte del tesoro familiar con el propósito de repartirlo entre los pobres. Esta fue otra dura prueba para la santa, quien no cesó pidiéndole paciencia y misericordia a Dios con los suyos.
Tras haber demostrado su inocencia, pudo finalmente recuperar a su familia. Santa Matilde había sido víctima de la mezquindad y la ambición desmedida de sus propios hijos, Otón y Enrique, pero los perdonó de todos sus agravios.
En el corazón de su pueblo
Sus últimos años de vida, Matilde los pasó dedicada a fundar conventos y a asistir a los pobres del reino.
Santa Matilde murió el 14 de marzo de 968, en el monasterio de San Servacio y San Dionisio en Quedlinburg; fue sepultada al lado de su esposo, cuyos restos se encontraban en el mismo lugar. Inmediatamente después de su muerte, Matilde empezó a ser venerada como santa por el pueblo.
Muy joven se casó con Enrique, duque de Sajonia (Alemania). Su matrimonio fue excepcionalmente feliz. Sus hijos fueron: Otón primero, emperador de Alemania; Enrique, duque de Baviera; San Bruno, Arzobispo de Baviera; Gernerga, esposa de un gobernante; y Eduvigis, madre del famoso rey francés, Hugo Capeto.
Su esposo Enrique obtuvo resonantes triunfos en la lucha por defender su patria, Alemania, de las invasiones de feroces extranjeros. Y él atribuía gran parte de sus victorias a las oraciones de su santa esposa Matilde.
Enrique fue nombrado rey, y Matilde al convertirse en reina no dejó sus modos humildes y piadosos de vivir. En el palacio real más parecía una buena mamá que una reina, y en su piedad se asemejaba más a una religiosa que a una mujer de mundo. Ninguno de los que acudían a ella en busca de ayuda se iba sin ser atendido.
Era extraordinariamente generosa en repartir limosnas a los pobres. Su esposo casi nunca le pedía cuentas de los gastos que ella hacía, porque estaba convencido de que todo lo repartía a los más necesitados. Tampoco se disgustaba por las frecuentes prácticas de piedad a que ella se dedicaba, la veía tan bondadosa y tan fiel que estaba convencido de que Dios estaba contento de su santo comportamiento.
Después de 23 años de matrimonio quedó viuda, al morir su esposo Enrique. Cuando supo la noticia de que él había muerto repentinamente de un derrame cerebral, ella estaba en el templo orando. Inmediatamente se arrodilló ante el Santísimo Sacramento y ofreció a Dios su inmensa pena y mandó llamar a un sacerdote para que celebrara una misa por el descanso eterno del difunto. Terminada la misa, se quitó todas sus joyas y las dejó como un obsequio ante el altar, ofreciendo a Dios el sacrificio de no volver a emplear joyas nunca más.
Su hijo Otón primero fue elegido emperador, pero el otro hermano Enrique, deseaba también ser jefe y se declaró en revolución. Otón creyó que Matilde estaba de parte de Enrique y la expulsó del palacio. Ella se fue a un convento a orar para que sus dos hijos hicieran las paces. Y lo consiguió. Enrique fue nombrado Duque de Baviera y firmó la paz con Otón. Pero entonces a los dos se les ocurrió que todo ese dinero que Matilde afirmaba que había gastado en los pobres, lo tenía guardado. Y la sometieron a pesquisas humillantes. Pero no lograron encontrar ningún dinero. Ella decía con humor: “Es verdad que se unieron contra mí, pero por lo menos se unieron”.
Y sucedió que a Enrique y a Otón empezó a irles muy mal y comenzaron a sucederles cosas muy desagradables. Entonces se dieron cuenta de que su gran error había sido tratar tan mal a su santa madre. Y fueron y le pidieron humildemente perdón y la llevaron otra vez a palacio y le concedieron amplia libertad para que siguiera repartiendo limosnas a cuantos le pidieran.
Ella los perdonó gustosamente. Y le avisó a Enrique que se preparara a bien morir porque le quedaba poco tiempo de vida. Y así le sucedió.
Otón adquirió tan grande veneración y tan plena confianza con su santa madre, que cuando se fue a Roma a que el Sumo Pontífice lo coronara emperador, la dejó a ella encargada del gobierno de Alemania.
Sus últimos años los pasó Matilde dedicada a fundar conventos y a repartir limosnas a los pobres. Otón, que al principio la criticaba diciendo que era demasiado repartidora de limosnas, después al darse cuenta de la gran cantidad de bendiciones que se conseguían con las limosnas, le dio amplia libertad para dar sin medida. Dios devolvía siempre cien veces más.
Cuando Matilde cumplió sus 70 años se dispuso a pasar a la eternidad y repartió entre los más necesitados todo lo que tenía en sus habitaciones, y rodeada de sus hijos y de sus nietos, murió santamente el 14 de marzo del año 968.