Buenos Aires, 01 de abril (PR/25) .- San Hugo fue un ferviente defensor de la reforma gregoriana, un hombre con una fuerte inclinación a la vida monástica, pero cuyo amor a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, lo condujo al servicio pastoral, al que se dedicó con ahínco. Hugo de Châteauneuf fue canonizado en 1134 por el Papa Inocencio II.

Llamado a servir y no a ser servido

Hugo nació en Valence (Francia) en el año 1052. Siendo aún seglar fue nombrado canónigo de su ciudad natal a la edad de 28 años. Su piedad intensa y buena formación teológica le habían granjeado fama de hombre prudente, abocado a los asuntos de Dios.

Por esta razón, el obispo de Valence lo invitó a acompañarlo al Concilio de Aviñón de 1080. Ese año, precisamente, sería elegido obispo sin siquiera ser sacerdote.

El santo obtendría pronto las dispensas y recibiría el orden sagrado en periodo extraordinario. Al mismo tiempo, Hugo iba experimentando la incertidumbre propia de no sentirse digno del puesto, y llegó a hacer algún intento para evitar terminar de obispo, pero su vocación de servicio lo hizo aceptar el encargo.

Obispo ´a la fuerza´, Pastor por amor

El destino de Hugo como pastor sería Grenoble, la ciudad a la que consagraría los siguientes 50 años de su vida, hasta el día que Dios lo llamó a su presencia. Al asumir la sede episcopal, encontró que la situación de su diócesis era desastrosa y por ello se encargó de poner en práctica la reforma gregoriana.

La feligresía estaba abandonada en la mayoría de los casos y había poca instrucción. Mientras tanto, el clero andaba envuelto en una serie de corruptelas como la simonía; y las propiedades de la Iglesia eran disputadas por señores acaudalados pertenecientes a la nobleza, entrometidos en los temas eclesiales.

Por otro lado, algunos de sus sacerdotes practicaban el concubinato y eran motivo de escándalo. Inmenso dolor fueron estas cosas en su corazón, dolor que se mantuvo vivo por muchos años y que se acrecentó por la hostilidad de ciertos presbíteros y los círculos de poder que los respaldaron.

En los años siguientes, gracias a los esfuerzos por la reforma de su diócesis, empezaron a darse los frutos. Aun así, llegó a presentar su renuncia hasta en cinco oportunidades, ante cinco pontífices distintos. San Hugo disponía de razones para tales pedidos, pero también era innegable que el deseo de dedicarse al estudio y la oración seguía intacto en su interior.

El olvido de los bienes de este mundo

Por los pobres de Grenoble llegó a vender hasta su carruaje, sus caballos y sus mulas, con tal de ayudarlos con el dinero obtenido. Con San Hugo no había suntuosidad ni cosas superfluas. Los bienes eran dones gratuitos de Dios y a Él pertenecían. Después de quedarse sin los medios para movilizarse se dedicó a recorrer su diócesis a pie, parroquia por parroquia, iglesia por iglesia, pueblo por pueblo.

En la etapa previa a su muerte perdió la memoria, y muchos creían que era una suerte de alivio que Dios le concedió para dejar atrás tanta fatiga. Aunque ya no reconocía a sus allegados ni a sus amigos, mantuvo la sonrisa y pudo dedicarse a sus actividades espirituales. Lo único que recordaba eran los salmos, el avemaría y el padrenuestro. Sus últimos días estuvieron llenos de esas oraciones.