La Pascua celebra la resurrección de Jesucristo al tercer día después de haber sido crucificado, según se relata en el Nuevo Testamento de la Biblia. Es la celebración más importante de la Iglesia cristiana.
Buenos Aires, domingo 20 abril (PR/25) — Hoy domingo de Pascua se conmemora la resurrección de Jesucristo al tercer día después de haber sido crucificado, de acuerdo con los evangelios canónicos.
Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo.
En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.
La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.
Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.
En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?
Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.
La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.
La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.
Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor.
En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.
Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.
Se celebra con una Misa solemne en la cual se enciende el cirio pascual, que simboliza a Cristo resucitado, luz de todas las gentes.
En algunos lugares, muy de mañana, se lleva a cabo una procesión que se llama “del encuentro”. En ésta, un grupo de personas llevan la imagen de la Virgen y se encuentran con otro grupo de personas que llevan la imagen de Jesús resucitado, como símbolo de la alegría de ver vivo al Señor.
La Resurrección como hecho histórico que afirma la fe
San Juan Pablo II, el 25 de enero, 1989 dijo: En esta catequesis afrontamos la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, documentada por el Nuevo Testamento, creída y vivida como verdad central por las primeras comunidades cristianas, transmitida como fundamental por la tradición, nunca olvidada por los cristianos verdaderos y hoy profundizada, estudiada y predicada como parte esencial del misterio pascual, junto con la cruz; es decir la resurrección de Cristo.
De El, en efecto, dice el Símbolo de los Apóstoles que ‘al tercer día resucitó de entre los muertos’; y el Símbolo niceno-constantinopolitano precisa: ‘Resucitó al tercer día, según las Escrituras’.
Es un dogma de la fe cristiana, que se inserta en un hecho sucedido y constatado históricamente. Trataremos de investigar ‘con las rodillas de lamente inclinadas’ el misterio enunciado por el dogma y encerrado en el acontecimiento, comenzando con el examen de los textos bíblicos que lo atestiguan.
El primero y más antiguo testimonio escrito sobre la resurrección de Cristo se encuentra en la primera Carta de San Pablo a los Corintios.
En ella el Apóstol recuerda a los destinatarios de la Carta (hacia la Pascua del año 57 d. De C.): ‘Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas (Pedro) y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron.
Luego se apareció a Santiago; más tarde a todos los Apóstoles. Y en último lugar a mi, como a un abortivo’ (1 Cor 15, 3-8).
Como se ve, el Apóstol habla aquí de la tradición viva de la resurrección, de la que él había tenido conocimiento tras su conversión a las puertas de Damasco (Cfr. Hech 9, 3)18). Durante su viaje a Jerusalén se encontró con el Apóstol Pedro, y también con Santiago, como lo precisa la Carta a los Gálatas (1,18 ss.), que ahora ha citado como los dos principales testigos de Cristo resucitado.
Debe también notarse que, en el texto citado, San Pablo no habla sólo de la resurrección ocurrida el tercer día ‘según las Escrituras’ (referencia bíblica que toca ya la dimensión teológica del hecho), sino que al mismo tiempo recurre a los testigos a los que Cristo se apareció personalmente.
Es un signo, entre otros, de que la fe de la primera comunidad de creyentes, expresada por Pablo en la Carta a los Corintios, se basa en el testimonio de hombres concretos, conocidos por los cristianos y que en gran parte vivían todavía entre ellos.
Estos ‘testigos de la resurrección de Cristo’ (Cfr. Hech 1, 22), sonante todo los Doce Apóstoles, pero no sólo ellos: Pablo habla de la aparición de Jesús incluso a más de quinientas personas a la vez, además de las apariciones a Pedro, a Santiago y a los Apóstoles.
Frente a este texto paulino pierden toda admisibilidad las hipótesis con las que se ha tratado, en manera diversa, de interpretar la resurrección de Cristo abstrayéndola del orden físico, de modo que no se reconocía como un hecho histórico.
Por ejemplo, la hipótesis, según la cual la resurrección no sería otra cosa que una especie de interpretación del estado en el que Cristo se encuentra tras la muerte (estado de vida, y no de muerte).
O la otra hipótesis que reduce la resurrección al influjo que Cristo, tras su muerte, no dejó de ejercer (y más aún reanudó con nuevo e irresistible vigor) sobre sus discípulos.
Estas hipótesis parecen implicar un prejuicio de rechazo a la realidad de la resurrección, considerada solamente como ‘el producto’ del ambiente, o sea, de la comunidad de Jerusalén. Ni la interpretación ni el prejuicio hallan comprobación en los hechos.
San Pablo, por el contrario, en el texto citado recurre a los testigos oculares del ‘hecho’: su convicción sobre la resurrección de Cristo, tiene por tanto una base experimental. Está vinculada a ese argumento ‘ex factis’, que vemos escogido y seguido por los Apóstoles precisamente en aquella primera comunidad de Jerusalén.
Efectivamente, cuando se trata de la elección de Matías, uno de los discípulos más asiduos de Jesús, para completar el número de los ‘Doce’ que había quedado incompleto por la traición y muerte de Judas Iscariote, los Apóstoles requieren como condición que el que sea elegido no sólo haya sido ‘compañero’ de ellos en el período en que Jesús enseñaba y actuaba, sino que sobre todo pueda ser ‘testigo de su resurrección’ gracias a la experiencia realizada en los días anteriores al momento en el que Cristo (como dicen ellos) ‘fue ascendido al cielo entre nosotros’ (Hech 1, 22).
Es el mismo Jesús el que, tras la resurrección, se pone en contacto con los discípulos con el fin de darles el sentido de la realidad y disipar la opinión (o el miedo) de que se tratara de un ‘fantasma’ y por tanto de que fueran víctimas de una ilusión. Efectivamente, establece con ellos relaciones directas, precisamente mediante el tacto.
Entonces felices de nosotros porque creemos sin haberto visto y estado en Jerusalem en el momento de la Resurrección. Nosotros el domingo de Pascua vamos a Misa y festejamos el triunfo de Jesús sobre la muerte y su enemigo.
En algunos países, se acostumbra celebrar la alegría de la Resurrección escondiendo dulces en los jardines para que los niños pequeños los encuentren, con base en la leyenda del “conejo de pascua”.
La costumbre más extendida alrededor del mundo, para celebrar la Pascua, es la regalar huevos de dulce o chocolate a los niños y a los amigos.
A veces, ambas tradiciones se combinan y así, el buscar los huevitos escondidos simboliza la búsqueda de todo cristiano de Cristo resucitado.
El origen de esta costumbre viene de los antiguos egipcios, quienes acostumbraban regalarse en ocasiones especiales, huevos decorados por ellos mismos. Los decoraban con pinturas que sacaban de las plantas y el mejor regalo era el huevo que estuviera mejor pintado. Ellos los ponían como adornos en sus casas.
Cuando Jesús se fue al cielo después de resucitar, los primeros cristianos fijaron una época del año, la Cuaresma, cuarenta días antes de la fiesta de Pascua, en la que todos los cristianos debían hacer sacrificios para limpiar su alma. Uno de estos sacrificios era no comer huevo durante la Cuaresma.
Entonces, el día de Pascua, salían de sus casas con canastas de huevos para regalar a los demás cristianos. Todos se ponían muy contentos, pues con los huevos recordaban que estaban festejando la Pascua, la Resurrección de Jesús.
Uno de estos primeros cristianos, se acordó un día de Pascua, de lo que hacían los egipcios y se le ocurrió pintar los huevos que iba a regalar. A los demás cristianos les encantó la idea y la imitaron.
Desde entonces, se regalan huevos de colores en Pascua para recordar que Jesús resucitó. Poco a poco, otros cristianos tuvieron nuevas ideas, como hacer huevos de chocolate y de dulce para regalar en Pascua. Son esos los que regalamos hoy en día.
De toda la narración se deduce que la certeza de la resurrección de Jesús hace nosotros hombres nuevos porque nos despojamos del hombre viejo.
San Juan Pablo II decía que la Resurrección había hecho de los apóstoles y discípulos casi hombres nuevos. No sólo habían readquirido la fe en Cristo, sino que estaban preparados para dar testimonio de la verdad sobre su resurrección.
El hecho de la resurrección de Jesús constituye el fundamento de la fe de los Apóstoles y de nosotros a 2025 años de esos hechos maravillosos. El se hizo hombre por nosotros y padeció y murió por nostros para resucitar y llevar nuestras almas en un océano de misericordia a los cielos algún día.
Primicias Rurales
Fuente: FM Riel y otros