Acaso es más sencillo, y no menos necesario, pedir que haya calma en los espíritus; que aprendamos a convivir, que nos tratemos bien. Al Papa le va a encantar eso. ¿Y a Javi? Mmmm, no creo que le parezca una buena idea. Si un día se despierta sin ganas de putear, ofender y calumniar puede ser trágico: pone un tuit y se recluye en un convento. Qué horror, quedaría el campo libre para la vuelta de Cris, de Massita, o para que se anime Kichi, marxistón del subdesarrollo. Nada le agradecemos más al Pelu que ocupar la silla –la silla en la que depredaba el mimoso Alberto– y mantener lejos a los que nos llevaron al infierno. Solo con eso su existencia ya está justificada por los siglos de los siglos.
Vuelvo a recular, entonces. No vamos a tirar la primera piedra porque al Presi se le escapen de la boca, muy de tanto en tanto, palabras inconvenientes. Hace años, muchos años, consideró que cierto pontífice era “comunista” y “el representante del maligno en la Tierra”. Con qué elegancia salió después del enredo: “Fake news. El diablo me dateó mal”.
Imaginemos ahora el tenor de las demandas de Cristina al flamante intercesor: que Kichi, “enano maldito”, no se haga el vivo con ella; que Wikipedia elimine que fue vice del Beto; que la Corte, por Dios te lo pido, demore el fallo en el caso Vialidad; que el tiempo no pase tan rápido; que a Maximito se le caiga una idea; que Milei se caiga. “Marche un helicóptero, Francisco”.
De Milei sabemos que en febrero del año pasado fue al Muro de los Lamentos y lloró desconsoladamente, sobrepasado más por el bolonqui en el que se había metido que por la emoción. Hoy, con Francisco dispuesto a ayudarlo, no quiere quedarse corto. ¿Reclamará inversiones del exterior? Frío. ¿Que el dólar se deslice hacia el piso de la banda? Frío. ¿Ganarles a los Macri las elecciones en la ciudad? Friísimo. El Presi se la va a jugar por valores más altos: “Jorge, un empujoncito a $Libra”.
Llamé a Mauricio, le expliqué que Bergoglio era ahora el gran embajador argentino en el cielo y que los líderes del país le estaban rezando para manguearle cosas. “¿Qué cosas?”, me preguntó, poco familiarizado con cuestiones que atañen a lo sobrenatural. “¿Fortuna en el bridge? ¿Mis business con el mundo árabe?”. Olvidate, le dije. Ya encontrarás otro mediador no tan demandado.
Cuando estuve con el Papa en Santa Marta, hace diez años, al despedirnos me dijo que no perdiera el buen humor, y casi que se disculpó por no poder seguir leyendo esta columna, como hacía regularmente en Buenos Aires. “Tengo mucho, mucho trabajo”. No sé cómo andará ahora de tiempo, querido padre Jorge, pero por las dudas aprovecho para dejarle un mensaje. “Gracias. Gracias por todo”.