Buenos Aires, martes 11 febrero (PR/25) — Hoy celebramos en la Iglesia la fiesta de la Virgen de Lourdes. Cada 11 de febrero conmemoramos la primera aparición de María a Santa Bernardita Soubirous en Lourdes. En 1992, San Juan Pablo II instituyó la Jornada Mundial del Enfermo en esta fecha.
La historia de la Virgen de Lourdes comienza el 11 de febrero de 1858 en Lourdes, Francia, cuando Bernadette Soubirous, una niña de catorce años, tuvo una aparición de la Virgen María en una gruta. Esta aparición marcó el inicio de una serie de 18 visiones que llevaron a la construcción de la famosa gruta de Lourdes, un lugar de peregrinación y sanación. La Virgen de Lourdes es venerada por su intercesión en la enfermedad de manera especial y se asocia con milagros y la importancia de la fe.
El relato de Lourdes nos narra cómo María resulta decisiva en la historia de la humanidad. Igual que en la escena del Evangelio de hoy. En las bodas de Caná, María adquiere un gran protagonismo. El narrador no tiene reparo en mencionarla antes que a su Hijo en el relato de las bodas.
La celebración de unas bodas en el Oriente antiguo podía durar varios días. Sobre todo, si los invitados realizaban largos desplazamientos a pie desde lugares lejanos. Este hecho suaviza algo la indolencia de los novios y los encargados, que quizá con el pasar de los días de celebración no repararon en que faltó el vino. ¡Qué desastre! «¿Cómo es posible celebrar la boda y hacer fiesta si falta aquello que los profetas indicaban como un elemento típico del banquete mesiánico (Cfr. Am 9,13-14; Jo 2,24; Is 25,6)?»[1]. Este detalle cotidiano pero importante para todos no pasa desapercibido a la intuición femenina y práctica de María, acostumbrada a centrar su atención e interés en los demás. Cuando descubre el problema, enseguida piensa en su Hijo para solucionarlo. Con diligencia y fe, reúne a los sirvientes y se atreve a apelar en público a la condición divina de Jesús: “No tienen vino”. —“Mira cómo pide a su Hijo, en Caná. Y cómo insiste, sin desanimarse, con perseverancia. —Y cómo logra. —Aprende”[2].
La petición de María trasciende además la escena de Caná y hace vibrar en el corazón de su Hijo la promesa de salvación que Dios anunció en el Génesis. Por eso Jesús la llama con solemnidad bíblica “Mujer”, y expresa un aparente reproche porque no ha llegado su hora. Reproche que María parece ignorar: “Dijo su madre a los sirvientes: -Haced lo que él os diga”. Estas son las últimas palabras de María recogidas en los evangelios. Son como un legado materno para todos los hombres.
Jesús no solo cede a la petición de su Madre, sino que también admite la colaboración de los siervos que María le presenta. El que multiplica el vino habitualmente a través del agua filtrada por las viñas de los campos, acelera ahora el proceso a través del agua vertida por el trabajo de los hombres. Cuando somos generosos y ponemos los medios a nuestro alcance: “llenad de agua las tinajas y las llenaron hasta arriba”, Dios bendice con su acción santificadora y transforma la tarea humana en obra divina, en signo de su amor para beneficio de todos. “Y lo más vulgar se convierte en extraordinario, en sobrenatural, cuando tenemos la buena voluntad de atender a lo que Dios nos pide”[3].
Nos podemos fijar en otro detalle. El relato dice que había allí seis tinajas cuya capacidad equivaldría a un total de casi 600 litros. El agua de la purificación de los judíos es convertida por Dios en vino excelente y muy abundante porque «ha empezado la fiesta de Dios con la humanidad»[4]. La gran cantidad de vino simboliza el inmenso amor de Dios por los hombres y prefigura la sangre del Cordero que se inmolaría hasta el extremo para atraer a todos hacia sí. Simboliza también la entrega del cristiano a los demás por el mandamiento nuevo del amor, cuya medida es no tener medida. María adelanta la hora de Jesús: la del misterio pascual de su muerte y su resurrección, insinuado en el apunte temporal con el que empezaba el relato: “al tercer día”.
Vemos en el relato la grandeza de María que es capaz de cambiar los planes originarios de Dios. ¿qué no va a realizar Jesús por su madre? Tú y yo también podemos pedir ayuda a María, nuestra madre. Ella, como intercesora ante Dios, nos conseguirá las gracias necesarias para la mejora en nuestra propia vida interior. Nos ayudará a nosotros o a los que tenemos a nuestro alrededor, a sanar las heridas del alma o del cuerpo. El Papa Francisco afirmaba “Pidamos por su intercesión que el Señor conceda la salud de alma y cuerpo a todos los que sufren a causa de alguna enfermedad y de la actual pandemia, y fortalezca a quienes los asisten y acompañan en este tiempo de prueba que atraviesan en sus vidas” [5]
[1] Papa Francisco, Catequesis 8 junio 2016.
[2] San Josemaría, Camino, 502.
[3] San Josemaría, Carta 14-IX-1951, n.23.
[4] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo hasta la Transfiguración, La Esfera de los libros, Madrid 2007, 298
[5] Papa Francisco, audiencia, 11 febrero 2021.
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Fuente: Opus Dei