A pesar de su dolorosa situación, Liduvina no sólo no perdió la fe, sino que aprovechó sus circunstancias como peldaños para elevar su alma a Dios. Incontables gracias le concedió el Señor, así como a muchas personas a través de ella en virtud a su paciencia, su oración constante y, principalmente, a su corazón generoso, amante del Señor.

La Iglesia Católica la considera patrona de quienes padecen enfermedades crónicas.

Al lado del Señor todo se hace posible

Liduvina nació en Schiedam, Güeldres (hoy Holanda, Países Bajos), el 18 de abril de 1380, en el seno de una familia humilde. Sufrió un accidente a muy temprana edad que dañó severamente su columna vertebral. Abundan las razones para pensar que las secuelas del accidente provocaron otro tipo de dolencias que, a la larga, se hicieron crónicas y que fueron recrudeciendo con el tiempo.

El peso del dolor

Liduvina también pasó por largos periodos de tristeza que la llevaron a cuestionar cómo era posible que Dios permitiese que se encuentre en ese estado. Un día conoció al nuevo párroco de su pueblo, un santo sacerdote, el Padre Pott, quien le enseñó que Dios siempre “ama más a sus hijos que más sufren”. El Padre Pott le obsequió un crucifijo y le pidió que recuerde constantemente que Jesús estuvo en la cruz, y que se mire a sí misma a través de ese “espejo”, pues estaba convencido de que “el sufrimiento podía llevarla a la santidad”.

Después de un tiempo de angustias y dolores, Liduvina empezó a meditar en la Santísima Pasión del Señor, y le pidió a Él que le diera valor y amor para sufrir por la conversión de los pecadores y la salvación de las almas, siguiendo su ejemplo.

Aunque no se pueda ver la luz al final del túnel

Al cumplir los 38 años comenzaron los episodios marcados por dolores en todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies -además, brotaron las primeras señales de lo que posteriormente se convertiría en una extensa llaga en la espalda-. Pero, para entonces, Liduvina había conquistado ya una serena alegría y una silente paz, al saberse amada en todo momento por el Buen Jesús. En sus últimos años de vida, dada la dificultad para tragar alimentos, la Sagrada Comunión se convirtió en su único sostén, tal y como lo certifica un documento de 1421, firmado por las autoridades civiles de Schiedam doce años antes de su muerte.

Dios le concedió a Santa Liduvina dones especialísimos: en ocasiones predijo situaciones futuras y muchos enfermos por los que oraba fueron curados. Por momentos caía en éxtasis y Dios le concedía la visión de las realidades celestes.

Cuentan las antiguas crónicas que recién paralizada una noche Liduvina soñó que Nuestro Señor le proponía: “Para pago de tus pecados y conversión de los pecadores, ¿qué prefieres, 38 años tullida en una cama o 38 horas en el purgatorio?”. Y que ella respondió: “prefiero 38 horas en el purgatorio”. Y sintió que moría que iba al purgatorio y empezaba a sufrir. Y pasaron 38 horas y 380 horas y 3,800 horas y su martirio no terminaba, y al fin preguntó a un ángel que pasaba por allí, “¿Por qué Nuestro Señor no me habrá cumplido el contrato que hicimos? Me dijo que me viniera 38 horas al purgatorio y ya llevo 3,800 horas”. El ángel fue y averiguó y volvió con esta respuesta: “¿Qué cuántas horas cree que ha estado en el Purgatorio?” ¡Pues 3,800! ¿Sabe cuánto hace que Ud. se murió? No hace todavía cinco minutos que se murió. Su cadáver todavía está caliente y no se ha enfriado. Sus familiares todavía no saben que Ud. se ha muerto. ¿No han pasado cinco minutos y ya se imagina que van 3,800?”. Al oír semejante respuesta, Liduvina se asustó y gritó: Dios mío, prefiero entonces estarme 38 años tullida en la tierra. Y despertó. Y en verdad estuvo 38 años paralizada y a quienes la compadecían les respondía: “Tengan cuidado porque la Justicia Divina en la otra vida es muy severa. No ofendan a Dios, porque el castigo que espera a los pecadores en la eternidad es algo terrible, que no podemos ni imaginar.

A los 12 años de estar enferma y sufriendo, empezó a tener éxtasis y visiones. Mientras el cuerpo quedaba como sin vida, en los éxtasis conversaba con Dios, con la Sma. Virgen y con su Angel de la Guarda. Unas veces recibía de Dios la gracia de poder presenciar los sufrimientos que Jesucristo padeció en su Santísima Pasión. Otras veces contemplaba los sufrimientos de las almas del purgatorio, y en algunas ocasiones le permitían ver algunos de los goces que nos esperan en el cielo.

Jesús en la Eucaristía

En 1421, o sea 12 años antes de su muerte, las autoridades civiles de Schiedam (su pueblo) publicaron un documento que decía: “Certificamos por las declaraciones de muchos testigos presenciales, que durante los últimos siete años, Liduvina no ha comido ni bebido nada, y que así lo hace actualmente. Vive únicamente de la Sagrada Comunión que recibe”.

La victoria final es de Cristo

El 14 de abril de 1433, día de Pascua, la santa se hallaba en oración cuando tuvo una visión de Cristo administrándole el Sacramento de la Unción de los Enfermos. Unos minutos después de dar testimonio de lo que había visto, expiró. Lo último que alcanzó a pedir, con mucha dificultad, fue que su casa se convirtiera en un hospital para los pobres.

Poco tiempo después de su muerte, su tumba se convertiría en lugar de peregrinaje, y un año más tarde se empezó a construir una capilla sobre ésta.

El sacerdote franciscano Joannes Brugmann y el canónigo agustino Tomás de Kempis narraron la historia de la vida de Santa Liduvina y difundieron su devoción. En 1615 sus reliquias fueron trasladadas a Bruselas, aunque en 1871 fueron llevadas de vuelta a Schiedam. El 14 de marzo de 1890 fue canonizada por el Papa León XIII. Su fiesta se celebra el 14 de abril.

Si deseas conocer más sobre la vida de Santa Liduvina, te sugerimos este artículo de la Enciclopedia Católica: https://ec.aciprensa.com/wiki/Santa_Liduvina.

Primicias Rurales

Fuente: ACI Prensa / Aleteia