La Biblioteca Nacional, sobre la calle Agüero, joya brutalista firmada por Clorindo Testa, Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga. (Foto: gentileza Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires)

“La idea de esta muestra surgió a partir de la cantidad de guiones que conserva la Biblioteca Nacional, que para muchos debe ser totalmente desconocido -escribe Olivera-. Hay un archivo de Hugo Caula, director de fotografía, quien donó guiones de películas, que van desde Los vampiros los prefieren gorditos a El Muerto de Borges, pasando por La Nona, también de Héctor Olivera. Así como el Museo del Cine conserva las lobby cards, que son las fotos que se ponían en las vidrieras de los cines, la mayoría de los materiales que conserva la Biblioteca son transposiciones, todo lo que tiene un soporte textual. No es la producción de la película nada más, sino el nacimiento ficcional del guion de la película”
Hay maravillas. Fotos, revistas especializadas, programas de mano, afiches de cine, guiones originales, cuadernos de dirección, máquinas y testimonios directos, entrevistas que realizaron especialmente para la muestra. En el primer piso del edificio diseñado por Clorindo Testa, la sala Leopoldo Marechal, se sigue un orden cronológico. Desde las primeras máquinas individuales, como el kinetoscopio, hasta la primera proyección cinematográfica, el 18 de julio de 1896 en el teatro Odeón.

¿Sabían que el cine argentino tuvo una época de oro, entre 1933 y 1955, con un sistema de grandes estudios, a lo Hollywood? Como Lumiton (1931), que colabora en esta muestra y produjo grandes éxitos como “Los muchachos de antes no usaban gomina” y “Los martes orquídeas”, o Argentina Sono Film (1933). Grandes estudios y grandes salas de cine, a las que la gente acudía vestida con elegancia. En una gran foto del público de la época descubrimos que, al contrario de lo que pasa hoy, muchos se tapaban el rostro con el sombrero para evitar ser fotografiados. Otros tiempos.

De ese cine popular a uno más intimista, a finales de los cincuenta, con películas como El Jefe o Dar la cara y en la adaptación de textos de Adolfo Bioy Casares, Marco Denevi o Adolfo Jasca que condujo a un cine de corte noir, cuentan los curadores. “Esta misma búsqueda produjo algunas obsesiones, representadas en la reiterada adaptación de algún autor en particular, como Jorge Luis Borges o Julio Cortázar -dicen-. Los convulsionados 70 fueron atravesados por las revisiones de los mitos gauchescos y por un cine netamente político y comprometido como Operación Masacre y La Patagonia rebelde. Los 90 y 2000 retrataron el presente, la explotación y la marginalidad urbana mediante películas como Rapado o El patrón, el pasado colonial con Zama y el norte místico en Aballay, hasta un futuro delirante en Adiós querida luna”.
Es un repaso fascinante, plagado de las sorpresas que depara el archivo abierto de la Biblioteca. Por ejemplo, una tarjeta de presentación de Borges en cuyo dorso escribió una lista de sus películas favoritas. Encuéntrenla y sabrán cuáles son. Por supuesto, hay un espacio para las colaboraciones de Borges y de Bioy en el cine que tanto amaban, con destaque en Invasión, de Hugo Santiago, de 1969.

También se da cuenta del cine animado, que se inició en Argentina en 1917 con el primer largo animado, El apóstol, creado por Quirino Cristiani. Realizado con monigotes de cartón cosidos con hilos que permitían su movimiento. También se le adjudica a Cristiani el corto El mono relojero, que se estrenó en febrero de 1938, basado en la fábula de Constancio Vigil.
Del cine mudo al sonoro, de los grandes estudios a las historias y personajes históricos (Una excursión a los indios ranqueles, Juan Moreira), de ahí al cine político (Prisioneros de la tierra, de Mario Soffici, Los isleros, de Lucas Demare, Las aguas bajan turbias, de Hugo del Carril). Y de ahí hasta la la estación en El secreto de sus ojos, de Campanella/Sacheri, y a El viento que arrasa, de Paula Hernández, sobre la novela de Selva Almada. Es decir, hasta hoy.
La Biblioteca Nacional es un planazo
Todo en el marco de una biblioteca que no ha parado de aumentar el flujo de visitantes desde su reapertura, en la pospandemia. Se calcula que hoy recibe unas 1500 visitas diarias, entre quienes van a consultar material de sus cátedras universitarias (y también de las muestras, como sucedió con la dedicada a la poeta Alejandra Pizarnik), y quienes utilizan el espacio para estudiar y leer llevando sus propios materiales.

Caso inhabitual de un traspaso directivo con buena comunicación, entre el saliente Juan Sasturain y la actual directora, Susana Soto Pérez, la biblioteca ya supera hoy el flujo de visitas que tenía antes del cierre pandémico. En gran parte, cuentan sus funcionarios, gracias a las actualizaciones y dinamización de sus salas. La parlante o libre, con más de cuarenta espacios, o la sala de lectura informal, del quinto piso.
El edificio, que tanto tardó en inaugurarse, invita a incorporarlo como parte de los buenos planes que ofrece la ciudad. Para estudiar, leer o pasar el rato entre los recovecos de su increíble diseño, incluido el mobiliario: todos fotogénicos selfie spots. Para asistir a las lecturas y encuentros de su auditorio, como las del ciclo Cíclope de poesía, que funciona a sala llena. Y para terminar, o empezar, en la cafetería con excelente repostería y una de las terrazas más lindas de Buenos Aires.
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Fuente: TN