Durante muchos años se trató al suelo como el soporte mecánico de las plantas en el cual se agregaban fertilizantes para que estas crecieran. Gracias a los avances tecnológicos se pudo demostrar algo que se podría considerar como un nuevo paradigma, y es que “el suelo es un organismo vivo”. Al igual que una planta o un animal, el suelo respira, se alimenta y se reproduce, así como también se puede enfermar y hasta morir. Pero no es vivo porque contiene micro y macro organismos sino porque esos organismos son parte inseparable de ese suelo; se podría decir que no están en el suelo sino que “son” el suelo. Ese mismo suelo sin ellos estaría literalmente muerto y no podría dar vida a ninguna planta o bien si tuviera otros macro y microorganismos no sería ese suelo sino otro. En definitiva: cada suelo es único y debería ser tratado como tal.
Como cualquier ser vivo un suelo posee “órganos” o grupos funcionales, los que están formados, principalmente, por agrupaciones microbianas en forma de colonias y estas a su vez organizadas en consorcios que, en cantidad y diversidad adecuadas, cumplen ciertas funciones exclusivas, como por ejemplo: poner disponibles los nutrientes, construir una estructura porosa estable facilitando la oxigenación, filtrar sustancias tóxicas, mantener las proporciones adecuadas entre microbios para evitar enfermedades, activar los sistemas de defensas de las plantas, etc.. Pero lo que hay que comprender es que cada consorcio microbiano funciona en sincronía y sinérgicamente sólo cuando las condiciones son las apropiadas y todos sus integrantes están presentes, como cualquier equipo. Cuando uno o más miembros no están, todo el consorcio se resiente.
A su vez el suelo vivo mantiene una relación netamente simbiótica con las plantas. Por eso es que “en un suelo sano la planta es sana” creándose un círculo virtuoso.
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Fuente. Alimentos Argentinos