Por Matilde Fierro* .
Buenos Aires, 28 abril (Especial de NA) — El primer libro que rescata la visibilidad y la potencia que tiene la mujer rural como productora, profesional, agente de cambio y como partícipe del sistema productivo argentino acaba de ver la luz en la Feria del Libro.
Se trata del texto “Mujer Rural. Nuevas voces”, cuya autora principal es Adela Nores, directora de la Sociedad Rural Argentina y representante argentina ante la OMA, Organización Mundial de Agricultores, también se desempeña como productora agropecuaria en el partido de Puán en la provincia de Buenos Aires.
El libro instala una nueva mirada ante una realidad antes ignorada o tapada por el estereotipo de que la mujer rural es la que proviene de la agricultura familiar o de los pueblos originarios.
En este abordaje surgen con fuerza productoras mujeres que han debido hacerse cargo de los campos, cumplen tareas antes reservadas a los hombres, son gremialistas agropecuarias, organizadoras de Pymes, profesionales de carreras agroindustriales que día a día recorren grandes extensiones del agro argentino en cumplimiento de su tarea y muchas más relacionadas al sector.
“Quise presentar una imagen mucho más cercana de la mujer rural argentina que no solamente cumple un papel fundamental en el hogar de campo, sino que también tiene un alto peso en las tareas productivas y de administración”, dice Adela en la introducción.
El trabajo fue realizado en base a unas 40 entrevistas a mujeres rurales de todo el país con mayor o menor perfil, pero todas contestaron sobre temas que hacen al desarrollo de un mejor nivel de vida.
Por eso los capítulos se dividieron en “La nueva Mujer Rural”, “La tierra”, “El agua”, “La energía”, “La conectividad”, “Educación y capacitación”, “Asociaciones. Cooperativismo”, “Pymes” y “Políticas públicas”.
Las mujeres rurales son un tercio de la población mundial y responsables del 50% de la producción de alimentos del mundo.
Tienen un lugar reconocido en la sustentabilidad de la tierra, las empresas familiares y en la protección del tejido social, advierte el primer capítulo.
El 27% de las mujeres rurales que trabajan lo hacen en la producción mundial de alimentos, pero la mayoría no recibe pago por su trabajo. Sólo el 4% percibe una entrada propia.
Adriana Pepa, una de las entrevistadas, de Fray Luis Beltrán, Maipú, Mendoza, quien es contadora, productora y cooperativista, se define como una mujer rural, porque cree “que el ruralismo es bueno. A pesar de lo difícil que han sido siempre las condiciones en el campo, más difíciles que otras, considero que es muy beneficioso vivir en el campo porque esa vida te hace tener otra mirada”.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) sostiene que si la mujer tuviera el mismo acceso que los hombres a los medios de producción, la rentabilidad de sus cosechas y granjas hasta aumentaría hasta un 30% y se reduciría el hambre entre un 12 y 17%.
Las leyes y prácticas discriminatorias hacia la mujer, especialmente aquéllas que limitan o impiden que posean o hereden tierras, son un obstáculo fundamental para su desarrollo económico en el mundo.
Raquel Medicina de Campetelli desarrolló con su familia el emprendimiento orgánico Finca del Paraná en la zona de Fighiera, en Santa Fe y concibe la propiedad de la tierra como un ámbito familiar.
“Soy docente jubilada, tengo 62 años. Para nosotros el campo es un cable a tierra que nos conecta con la naturaleza y el medio ambiente… Nuestra finca está ubicada en las barrancas del Río Paraná”, asegura.
Fabiana Menna, una italiana, coordinadora de las actividades de la Fundación Gran Chaco, vive en Formosa Capital y viaja cada dos semanas a las localidades del interior de Salta, Formosa y Chaco.
En cuanto a los pueblos originarios afirma: “La tierra es de las comunidades indígenas”.
Lo habitual en el campo es que la mujer colabore con el marido, quien maneja el emprendimiento. Margarita Melo de Vaquer es responsable del área forestal de un grupo empresario, pero indica: “Tengo tierra compartida, es de mi marido y mía”.
Para Marta Aicardi, la dirigente de mujeres de Federación Agraria (FAA) de Argentina no fue fácil en su momento dejar el campo para radicarse en Justiniano Posse, Córdoba.
“La verdad es que es un orgullo saber que somos productores de alimentos para todo el mundo y que eso constituye la base de la economía de nuestro país”, acota.
No obstante, el acceso al agua potable es un problema muy serio en las zonas rurales de nuestro país y en muchos casos se tiene que llevar en bidones a los campos, esto implica tiempo y esfuerzo extra que deben soportar las mujeres.
“El agua es un grave problema en nuestra provincia, el agua es escasa, donde no falta, tiene un alto porcentaje de arsénico, el PH alcanza 8 punto y no es bueno para el consumo humano”, describe Norma Gutiérrez de Eduardo Castex, La Pampa.
Además el acceso a las fuentes de energía eléctrica, alternativas y gas es uno de los problemas que afronta la mujer rural.
Patricia Anne Mac Lean, quien es ganadera en la Patagonia, aportó: “Tenemos energía, en primer lugar con motor de luz gasolero y naftero, ambos muy caros de mantener”.
Para Liliana Cagnoli, quien desarrolla proyectos de Responsabilidad Social con impacto local en Tandil (Buenos Aires), “el ámbito rural, al igual que otros sectores de la sociedad necesitan herramientas que los incentive y permitan ser cada vez más responsables en su accionar”.
La falta de llegada a Internet y los deplorables caminos rurales exigen políticas públicas para mejorar la calidad de vida de la mujer en la ruralidad queda claro en el libro.
(*) Coautora del libro “Mujer Rural. Nuevas voces”.
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