Buenos Aires, 31 mayo (PR/20) Por Susana Merlo — …¨Un paso para adelante, tres para atrás…Pierde la siguiente vuelta…”
Una Argentina económicamente complicada, con 14 años de estancamiento y directamente con caída en los últimos dos períodos, que ahora, y al igual que el resto del mundo, debe afrontar los efectos demoledores de la pandemia, no es un escenario atractivo, ni fácil. Menos aún si se lo complica por desconocimiento, o por fundamentalismos.
Y eso es lo que viene ocurriendo con el sector agroindustrial, prácticamente el único que hoy por hoy sigue más o menos en pie y probablemente el que terminará soportando en soledad, las exportaciones que pueda hacer la Argentina en este 2020. Dicho de otra forma, será el que justifique los únicos dólares genuinos que pueden llegar a entrar en este bisiesto olvidable de pandemia. Pero esto, claro está, si los nóveles funcionarios, los voluntaristas o, mucho peor, los fundamentalistas, se dejan de lanzar, proponer, promocionar, y hasta amenazar con alternativas probadamente fracasadas en la mayoría de los casos, e injustificadas a la hora de atraer (o, al menos, retener) inversiones y producción que el país necesita como el agua en un desierto.
¿O la idea es parar también a los únicos que siguen en marcha, y todavía producen con una gran cantidad de recursos propios que reinvierten?.
Lo cierto es que en el mundo las decisiones fueron, hasta ahora, más o menos homogéneas en el sentido de ayudar a pasar el embate de la enfermedad, con el menor daño posible, y con ayudas de distinta magnitud para los sectores más genuinos que, en general, dependen del poder económico de cada país. En Alemania, Estados Unidos o Brasil, hay inyecciones directas de recursos que permitirán que en la post pandemia, los sectores estén listos para volver a trabajar y recomponer la economía cuanto antes.
Hay otro grupo, ordenado, aunque con menos recursos que, por ahora, viene aliviando cargas impositivas, removiendo restricciones, y facilitando al máximo la operatoria de los capitales que están instalados (propios o ajenos), con el fin de que 1) no se vayan, y 2) estén en condiciones de recibir algunas formas de ayuda internacional que seguramente habrá ni bien pase el pico de la pandemia, para recuperar la actividad económica en un mundo globalizado.
Y luego está la Argentina, que no sólo no pertenece a ninguno de los grupos anteriores, sino que hace todo lo contrario. Y las pruebas están a la orden del día, desde el proyecto del Impuesto a la Riqueza, hasta las amenazas con recrear una Junta Nacional de Granos; desde los rumores con aumentos en las retenciones (impuestos a la exportación), hasta el último cambio en el mercado de cambios para el pago de importaciones que, prácticamente, acaba de parar la estratégica campaña agrícola 20/21, porque los proveedores de insumos no pueden comprar/importar los productos a un dólar (contado con liqui) y venderle a los productores al tipo de cambio oficial, mucho más bajo, sin trasladar la diferencia.
En realidad, casi todas las veces anteriores, las cosas no pasaron de meros escándalos, de 2-3 días, tras los cuales las propuestas se fueron diluyendo y desapareciendo. Y es probable que esta vez ocurra lo mismo, y en pocos días más se vuelva atrás, o se hagan correcciones (seguramente engorrosas), para salvar la situación y no poner en juego los dólares que tendrán que comenzar a entrar por las exportaciones del campo de fin de año.
Seguramente la medida tampoco fue tomada con la mirada puesta en el campo. Por el contrario, lo más probable es que directamente este sector no haya sido siquiera considerado en la mesa donde se adoptó la decisión que busca neutralizar los pases de dólares en el mercado financiero y que, como todas las veces anteriores en las que se trató de tapar el sol con las manos, no de tampoco los resultados que se esperaban.
Recién descubren el daño a partir de la reacción de rechazo general a la medida que, lógicamente será enmendada (una vez más); el problema es que el daño ya está hecho.
La inseguridad que impone la periódica irrupción de medidas antiproducción, la distribución anacrónica de los escasos recursos, la presión impositiva creciente ante un gasto público que sigue multiplicándose, no ayudan para decidir inversiones muy grandes anuales (entre U$S 12-15.000 millones), que para colmo, deben soportar los riesgos de los mercados, los climáticos, y además, el “riesgo funcionario”, y si este es voluntarista peor.
Pasó con la Junta de Granos, impracticable; con la suba de retenciones que mostró que si las aplican las exportaciones se caen y por lo tanto, la recaudación también (por lo que no debería extrañar que en un futuro no muy alejado, hasta las recorten. ¡Que quede claro!, no por convicción, sino porque no queda más remedio); paso muchas veces y siempre se corrigió, o directamente se descartó, pero ahora ya no hay margen para seguir asustando inversores, mucho menos en el sector agropecuario que, en general, está tan alejado de la especulación financiera que ni siquiera utiliza aún genuinas coberturas en los mercados de futuro.
Por eso, el Consejo de Sabios en pandemia, está muy bien, pero urge que el gobierno se rodee, además, de un Consejo Productivo (en serio), de gente que conozca la producción de los distintos sectores, para evitar sumar más daños a los que ya tiene que afrontar el país.
Primicias Rurales
Fuente: Campo 0.2