Escribe Susana Merlo
Buenos Aires, 30 de septiembre (PR/22) .- “Nunca son favorables los vientos, cuando no se sabe el destino”. Es exactamente lo que viene ocurriendo con Argentina desde hace años, pero que se hizo particularmente evidente a partir de los extraordinarios precios internacionales de los granos, y de la guerra entre Rusia y Ucrania.
Mucho menos para vender de lo que se podría, y esto acentuado por las propias restricciones internas buscando asegurar “la mesa de los argentinos”.
Lo cierto es que el país está estancado hace años en su producción que en algunos rubros, hasta decayó, como la fruticultura, por ejemplo; mientras que en otros sigue sin crecer desde los ´90 (lechería y forestación). Ni siquiera en ganadería vacuna, donde la demanda internacional fue muy buena, y los precios aún más, se logró recuperar aún el total de las cabezas que se habían perdido hace 15 años atrás.
La agricultura de cosecha está estancada desde esos tiempos también, con un área de siembra estable, y con la única modificación de los porcentajes de los cultivos, pero sin un crecimiento genuino, y todo esto a pesar de los magníficos avances tecnológicos que por si solos ya estarían justificando un crecimiento.
Tal vez lo más ejemplificador sea el caso del girasol este año que, con un excelente precio internacional a partir del conflicto en el Mar Negro, y aún siendo el cultivo que mejores márgenes brutos presenta en la actual campaña, no va a crecer más, porque solo hay semilla para 2 millones de hectáreas!!! ¿Cuánto hubiera costado tomar la decisión hace 6 meses atrás, y traer la cantidad de semilla que faltaba?.
¿Cómo se puede pretender una producción consistente si falta gas oil, hay sobreprecios, hace meses que faltan cubiertas para vehículos y maquinaria (y ahora hay menos), hubo problemas con el abastecimiento de los fertilizantes que venían de afuera, igual con repuestos de equipos, o con principios activos de las más variadas formulaciones?
Por supuesto que los productores, habituados ya a los cambios de rumbo sobre la marcha, a los cambios de las reglas de juego, y a los funcionarios incompetentes y sin plan; no arriesgan más allá de lo estrictamente necesario para sobrevivir. Saben que la presión impositiva les va a recortar los ingresos, que ante cualquier necesidad de último momento el gobierno de turno va a apelar a la “caja” del campo para salir de la coyuntura, y que cuando las cosas vengan mal (por incendios, heladas, sequía, o granizos) tendrán que hacerle frente solos, con la única ayuda de lo que han podido ahorrar en algún año bueno.
“Quedarse quieto, es retroceder”, señala una sentencia que es muy aplicable hoy al país, y la prueba más contundente está en lo que ocurrió con los vecinos que en varios rubros ya exportan más que Argentina, cuando hace unas décadas atrás eran importadores netos.
Pero resulta que Argentina tiene “clima, suelo y agua dulce”, se repite con insistencia, aunque lo más importante es que cuenta con una genética animal que sigue siendo destacada a nivel mundial y con un conocimiento sobre la producción que aventaja holgadamente al de la mayoría de los países de la región. De ahí las innovaciones contínuas en maquinaria agrícola; la irrupción de la siembra directa y la labranza cero; la aparición de los ahora famosos silo-bolsa; o el logro casi permanente de nuevas obtenciones que revolucionan la producción, en las que Argentina lideró a nivel mundial desde los ´90, y que son producto de un calificado grupo de técnicos e investigadores más que destacados.
Sin embargo, semejante posesión de “dones” no alcanza para compensar la falta de un proyecto; de un programa claro y estable que permita un desarrollo armónico capaz de expresar el potencial real que tiene el país, y que hace que se sigan desperdiciando oportunidades.
La capacidad ociosa es increíble en rubros absolutamente competitivos y demandados, como los aceites, los biocombustibles; la energía orgánica, o la madera, sin mencionar líneas de alimentos procesados de distinto nivel de complejidad, y hasta de medicamentos hechos en base a productos animales o vegetales.
El resultado de mirar hacia atrás en lugar de para adelante está a la vista: una Argentina que atrasa casi 2 siglos.
Fuente: Campo2.0
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