Por Jorge Vasconcelos
Buenos Aires, 3 enero (PR/23) — Aunque con fórceps, las metas acordadas con el FMI se fueron cumpliendo a medida que avanzaban los trimestres de 2022. Ayudó la “suerte” por la fuerte mejora de los precios internacionales de los granos, y también el hecho que los compromisos firmados no habían sido demasiado exigentes. Por caso, se necesitaba recortar el déficit primario del sector público nacional en 0,5 puntos hasta el equivalente a 2,5 % del PIB en 2022, para lo que bastaba con ejecutar un gasto primario del orden del 20,5 % del PIB, todavía 1,7 puntos por encima del nivel pre-covid.
Al mismo tiempo, como “premio” se conseguía para la Argentina financiamiento externo neto positivo de parte del FMI, por nada menos que 1,1 % del PIB. Los números para el año entrante, en cambio, son bastante más exigentes. Las proyecciones del staff del FMI confirman que llegó la hora de “acabar con tanta dulzura”: en 2023 la Argentina deberá devolver en términos netos el equivalente a 0,3 % del PIB en las operaciones con esa institución; al tiempo que para llegar a un déficit primario de 1,9 % del PIB, será necesario ajustar el gasto del sector público nacional en 1,8 puntos porcentuales. Un déficit mayor al pautado se enfrentará a la dificultad del financiamiento, por un mercado condicionado por el “día después” del próximo recambio presidencial.
La desaceleración del nivel de actividad de la última parte de 2022, junto con precios
internacionales de commodities que en 2023 se ubicarían por debajo de la última
campaña, son el telón de fondo de un escenario en el que reaparecen con fuerza los
síntomas de la “frazada corta”, ya que para conseguir ciertos objetivos será necesario
sacrificar otros:
a) Si la variación del IPC perforara el piso del 5 % por varios meses consecutivos, el
cuadro fiscal se resquebrajaría, por la inercia indexatoria del gasto público, con una
recaudación más asociada a la inflación del momento
b) En cambio, si el “impuesto inflacionario” siguiera reinando, entonces el efecto
colateral vendría por el lado de un deterioro adicional del sector externo, por la
persistente pérdida de competitividad. El tema es que ya la cuenta corriente de la
balanza de pagos pasó de un superávit de 1,4 % del PIB en 2021 a un déficit estimado
de 0,9 % del PIB en 2022. Y se sabe que, sin crédito externo, el único instrumento
para recuperar reservas para el Banco Central es volver al superávit
El gobierno se ha propuesto encorsetar el ritmo de suba de los precios a una pauta del
4 % mensual, pero en noviembre y diciembre se observa que un porcentaje elevado
de los ítems encuestados por el INDEC mantienen un ritmo de variación de entre el 5,5
% y el 6 % mensual. Y esto no sorprende.
Las presiones inflacionarias siguen a la orden día, pese a la limitación existente de
financiamiento directo del Central al Tesoro, que en 2022 está explicando una
expansión de base monetaria por el equivalente a 0,6 % del PIB. El tema es que sólo 7
de cada 100 pesos emitidos por el Banco Central en 2022 tienen que ver con los
Adelantos Transitorios. Lo importante es el resto!!
La emisión destinada al pago de intereses de Leliq y demás instrumentos, por 3,36
millón de millones de pesos (4,2 % del PIB), lidera el ranking de 2022, seguida de un
rubro diverso que incluye las inyecciones de liquidez para comprar bonos del Tesoro en
el mercado secundario, que alcanzó 2,1 % del PIB; mientras que la emisión por la
compra- venta de divisas, insumió 1,36 % del PIB. En este último ítem ha pasado a
tallar el “dólar soja”, con un diciembre en el que el Central estuvo pagando un “plus”
de 55 pesos (230-175) por cada dólar que liquidaban los productores y exportadores.
De cara a 2023, los intereses de Leliq podrían representar una cifra superior o igual a
la de 2022 en términos del PIB, las intervenciones del Central en el mercado
secundario de bonos del Tesoro podrían intensificarse, mientras que, si no hay
devaluación, será muy difícil poder prescindir del recurso del dólar soja (versiones III;
IV y V, seguramente). El plus de emisión, en ese caso, sería del orden de los 85 pesos
por cada dólar liquidado a través de esa ventanilla, multiplicado por miles de millones.
Una de las tantas paradojas de 2022 ha sido, justamente, que el sector externo volvió
a ser fuente de expansión monetaria, sin que el “dólar soja” haya contribuido a la
mejora de 3,6 mil millones de dólares de las reservas del BCRA, explicada por los giros
del FMI, BID y demás. Sin esas transferencias, las reservas habrían caído en 730
millones de dólares. Es una derivación de la falta de ahorro del sector público y del
exceso de pesos, que deteriora la dinámica del sector externo, aun con precios
excepcionales de la soja y demás commodities, y también de un régimen cambiario
que empuja a un recurrente exceso de demanda de dólares al tipo de cambio oficial.
El tema es que el 2023 está “heredando” una brecha cambiaria del 100% que, en un
tercio, al menos, está explicada por el retraso del tipo de cambio oficial. Apretar las
clavijas fiscales y monetarias para que la brecha se reduzca por caída del precio del
“dólar libre” es sólo una parte de la tarea de cerrar la diferencia entre el CCL y la
paridad oficial.
En esencia, los desequilibrios de la macro son de tal magnitud que habrá una pulseada
permanente entre ajustes muy difíciles de posponer y los objetivos electorales del
gobierno, que incluyen generosas transferencias a la Provincia de Buenos Aires (sin
que el fallo a favor de CABA pueda modificar esa preferencia). La espada de Damocles
de los abultados vencimientos de deuda interna puede pesar más que la auditoría del
FMI y, cuando no haya más remedio, el gobierno se “sentará sobre la caja” de
determinadas partidas dentro del organigrama del estado, pero sin acometer reformas
estructurales.
El déficit fiscal deriva en una incesante acumulación de pasivos, como lo muestra el
incremento de 26 mil millones de dólares de la deuda en pesos del Tesoro,
contabilizado en los últimos doce meses. A su vez, la refinanciación de vencimientos es
cada vez más abultada, por la dificultad para introducir títulos de largo. Así, las
colocaciones de bonos del Tesoro en el mercado de capitales local, que en 2021
sumaron 8,2 % del PIB, en 2022 escalaron a 10,0 % del PIB (con creciente
participación del BCRA en la punta compradora) y se proyectan a 11,7 % para 2023…
siempre que el déficit primario se ajuste a la pauta de 1,9 % del PIB. Cada décima que
se incumpla hará más empinada la cuesta.
En el traspaso presidencial de fin de 2015, el gobierno saliente se vio beneficiado por
las promesas de campaña del entrante, posibilitando la convergencia de variables
financieras a favor de una transición manejable. En cambio, de cara a 2023/24, parece
difícil que tanto la Administración saliente como la entrante puedan ofrecer suficientes
garantías, porque faltan resolver diferencias internas de magnitud en las distintas
coaliciones.
La brecha cambiaria y la inflación, con guarismos que duplican los de 2015, son sólo la
punta del iceberg de un 2023 que perfila una compleja transición. Por ejemplo, el
cociente Pasivos Remunerados/Base Monetaria cuadruplica el de 2015, reflejando que
cualquier contratiempo tendría consecuencias mucho más inflacionarias; con impacto
más notorio, además, sobre los balances del sistema financiero, ya que actualmente
más de la mitad de los depósitos bancarios terminan siendo aplicados a Leliq e
instrumentos análogos.
La mochila de deuda en pesos, consolidando las cuentas del Banco Central y del
Tesoro (excluyendo tenedores estatales) hoy es 40 mil millones de dólares más pesada
que la de fin de 2015.
En términos del nivel de actividad, el 2022 cerró con un incremento del PIB cercano al
5,0 %, pero con una marcada desaceleración en el cuarto trimestre. Y sectores
relevantes en términos de empleos y valor agregado, caso del industrial y el
agroganadero, evolucionando por debajo del promedio, con un 2023 que difícilmente
les ofrezca revancha: la falta de insumos y la pérdida de competitividad (atraso
cambiario) amenazan la trayectoria de las Manufacturas, y la sequía a las actividades
rurales. Cierto es que sectores dinámicos de 2022 podrían repetir en 2023, caso del
Turismo y de hidrocarburos, pero todavía no tienen suficiente peso en el PIB.
La producción de petróleo, menos restringida por la falta de oleoductos, se adelantó y
está creciendo a un ritmo del 13 % anual desde 2020, mientras que el gas lo hace al 4
%. Es de esperar que estos guarismos converjan por las obras en marcha.
La amenaza de la sequía, a su vez, pone sobre la mesa el tremendo costo de haber
perdido el crédito internacional, porque no sólo afecta al campo, sino que condiciona el
aprovisionamiento de insumos de la industria. Por el clima, las exportaciones del
complejo agroindustrial podrían pasar de 42,0 mil millones de dólares en 2022 a 37 mil
millones en 2023, lo que derivaría en una merma del 10 % en las importaciones, una
pésima noticia para el nivel de actividad. De allí la multiplicación de gestiones oficiales
para conseguir líneas de financiamiento de países como Brasil y China, restando ver el
alcance que estos trámites puedan tener.
Primicias Rurales
Fuente: Revista Novedades Económicas – IERAL — Fundación Mediterránea