Por Fray Simón de Dios OCD

Buenos Aires, jueves 19 diciembre (PR/24) –La Carta a los Hebreos nos enseña que la Palabra del Señor es viva y eficaz, más cortante que cualquier espada de doble filo (4,12).

Nosotros en la medida en que nos vamos abriendo a la acción del Señor, a la acción del Espíritu, vamos viendo cómo lentamente Dios va penetrando en nuestra alma y poco a poco va cambiando nuestra perspectiva, el lugar desde donde miramos la realidad.

El Señor, en la medida que lo dejamos actuar, nos va transformando, nos va cambiando el corazón. Seguramente antes teníamos algunas ideas arraigadas en nosotros, que poco tenían que ver con el Evangelio, y que el Señor las va haciendo caer, va haciendo que las confrontemos a la luz de la fe. Lo fundamental es que nuestra mirada de la realidad se vaya configurando con la mirada del Evangelio, es decir, con la mirada de Jesús, o como dice San Pablo, que vayamos teniendo los mismos sentimientos de Cristo.

Todos nosotros venimos al mundo, a causa del pecado, con el corazón endurecido, con una coraza, lo que hace que seamos egoístas, indiferentes, insensibles ante el dolor del otro; en el fondo faltos de misericordia. Y el Señor nos pide ser como el Padre, que es Misericordioso, que es compasivo.

Tarde o temprano, en la medida en que nos determinamos a seguir a Jesús, vamos descubriendo que la gracia va abriendo, va perforando esa coraza de nuestro corazón, y una de las cosas que el Señor nos descubre, sin lugar a dudas, es la realidad del pobre. En primer lugar tomamos conciencia de que el pobre existe, porque tal vez, de algún modo, antes negábamos su existencia o simplemente no queríamos verlo; en segundo lugar tomamos conciencia de que el pobre sufre; y en tercer lugar descubrimos de que el pobre es nuestro hermano. “Padre Nuestro”, rezamos; todos somos hijos del mismo Padre, en Jesús todos somos hermanos; el pobre es mi hermano.

Sabemos que hay una relación íntima entre nuestra fe cristiana, nuestra fe en el Señor Jesús, y el amor a los pobres. Esto es algo que tenemos que tener siempre bien en claro, porque es una dimensión del cristianismo que a veces genera conflictos o, por lo menos, incomodidades. La relación entre nuestra fe y el amor a los pobres genera muchas veces malos entendidos, fuera de la Iglesia pero también dentro de la Iglesia. “Vos estás hablando de política”, “en eso la Iglesia no tendría que meterse”, y cosas por el estilo. No. La Ley de Moisés y los Profetas del Antiguo Testamento se preocuparon por la justicia social. Es un dato revelado de que Dios se preocupa especialmente por el pobre. El problema está en que no siempre se entiende que cuando la Iglesia habla de los pobres lo hace desde el misterio de Cristo, desde la Revelación, o por lo menos debería hacerlo desde allí. Dios, de algún modo, hace una opción por los pobres. Esto se ve reflejado, como dijimos, en las Escrituras, en la historia de Israel, en los Profetas, pero por sobre todas las cosas en el mismo Jesucristo que se hizo pobre por nosotros. Por eso se nos pide que amemos a los pobres con especial predilección. Es lo que comúnmente se llama “opción preferencial por los pobres”. Se trata de una opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha.

Es importante que sepamos el lugar que ocupa el pobre en la Revelación cristiana. Porque si no lo tenemos claro podemos correr el riesgo de confundirnos y no ser capaces de distinguir dos dimensiones fundamentales. No es lo mismo mirar al pobre sólo como alguien que carece de los bienes que necesita para poder desarrollarse como ser humano, que mirarlo desde la enseñanza de Jesucristo.

Claro que es importante la mirada material y, de hecho, nosotros en la Noche de la Caridad salimos con cosas materiales, eso no puedo faltar. Pero tenemos que tener claro que hay distinciones.

Entonces, es fundamental que se piense en los pobres para poder resolver las urgentes necesidades que ellos padecen, y la doctrina cristiana incluye, por supuesto, esta visión. Pero no ese es el tipo de prioridad al que se refiere en el fondo nuestra fe, si no más bien a una preeminencia que está fundada en la elección divina.

Dicho de otro modo, los pobres son objeto de nuestro de amor, en primer lugar, porque como hombres y mujeres de fe que somos sabemos que ellos ocupan un lugar privilegiado en el corazón de Dios, y por lo tanto deben ocuparlo en el nuestro. Unido a esto viene la urgencia de resolver sus necesidades.

La iglesia siempre vio en los pobres un sacramento de Cristo, no en el sentido de la Eucaristía, pero sí como un lugar donde se está encontrando al mismo Señor; en el pobre estamos encontrando a Cristo.

Todos recordamos lo que dice el Señor Jesús en Mateo 25: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?. Y el Rey les responderá: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Recordemos las palabras de la Consagración que tanto valor tienen para nosotros: “Esto es mi Cuerpo”, “este soy Yo”; y acá dice: “lo hicieron conmigo”, “me dieron de comer a mí”. Es el Señor. Es la mirada de fe.

El centro de nuestra fe es la persona de Jesucristo. Por eso el cristianismo no es simplemente una doctrina, o un conjunto de ideas; ser cristiano es ser de Cristo. Es entrar en comunión con el Señor. El señor nos pide que lo amemos a Él, no a una idea, sino a Él. Y Él mismo va a ser el Juez. Según el mismo pasaje que citamos arriba, un día va a venir y nos va a decir: “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer…”.

Es decir, el Juicio Final será según el mandamiento del amor, pero no una amor abstracto sino un amor concreto: “tuve hambre y me diste de comer”. Lo notable es que el Señor dice “cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Es decir, el criterio de la sentencia de Cristo Juez es el amor a Él mismo, pero este amor se debe expresar en la persona de los pobres y sufrientes.

Por eso el Señor nos invita a acercarnos a los dolores del pobre al modo del buen samaritano, que se conmovió frente al sufrimiento del que estaba tirado al borde del camino, se detuvo, curó sus heridas, cuidó de él. Si realmente queremos encontrar a Jesús, y sabemos que el Señor está en Eucaristía, sabemos que el Señor está en su Palabra, sabemos que el Señor está en la comunidad de hermanos; pero si realmente queremos encontrar al Señor, es importante que no nos olvidemos de que Él también está en el que sufre, y que aprendamos a tocar su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres.

El Señor Jesús se identifica con el pobre de un modo único, de un modo que sólo lo puede hacer el amor de Dios. Y el Señor nos pide que lo amemos ahí, en el que sufre. El Señor pide ser amado en las llagas de los pobres. Cristo está realmente presente en los pobres, como dijimos, no al modo de la Eucaristía, pero es una verdad de fe de que el Señor está ahí.

Ahora, para poder percibir este misterio, y es a lo que nosotros estamos invitados, debemos hacer un proceso de fe. Y esto nos pide conversión, nos pide cambiar. Estamos llamados a caminar detrás de Jesús, buscando sinceramente nuestra conversión, entregándonos, haciendo lo posible por ir ofreciendo nuestro corazón al Señor en los pobres; y es un poco lo que tratamos de hacer en la Noche de la Caridad. Más allá del alimento que les podamos llevar.

En el fondo, el alimento para nosotros es una excusa que esconde algo más profundo, que es encontrarnos con ese Jesús que está escondido, que nos pide que lo que amemos ahí, y desde acá lo queremos vivir. Por eso, si la Iglesia quiere ser verdaderamente fiel a Jesucristo, no se puede conformar con serle fiel en la doctrina, que está muy bien, sino que le debe ser fiel también en este amor por el más necesitado.

Pero vayamos un poquito más allá. Despertemos un poquito más el sentido de nuestra fe. En general, todo esto que venimos diciendo, y en lo que podríamos profundizar más, lo sabemos, lo tenemos medianamente claro, y lo tratamos de vivir. Pero demos un paso más para reflexionar sobre una vivencia, que seguramente a todos nos pasa, y a cada uno a su modo. Seguramente todos hemos experimentado que abriendo el corazón al pobre uno recibe más de lo que da. ¿Por qué? Porque Dios está obrando en nosotros desde el pobre, Dios nos está sanando desde el pobre. Es un misterio, porque en el fondo el modo en el que Dios nos salva, el modo en el que Dios obra en nosotros la redención de Jesucristo, es un poco misterioso; los caminos que Dios va usando para sanarnos el corazón, para comunicarnos su gracia, son escondidos. Sabemos que ordinariamente Dios comunica su gracia a través de los sacramentos, pero no es el único modo a través del cual Dios se nos comunica.

Esto quiere decir que no se trata solamente de que los pobres sean objeto de una misericordia preferencial de nuestra parte, no se trata simplemente de eso. Los pobres tienen un lugar muy especial en el plan de salvación de Dios.

En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium el papa Francisco nos llama a que podamos reconocer la riqueza salvífica de la vida de los pobres (198); y por supuesto que para poder hacer esto tenemos que desprendernos de nuestra forma muy humana y también muy mundana de pensar. Porque es contra la razón, es contra el sentido común, pensar que la pobreza, el sufrimiento, es eficaz, es redentora. Humanamente no se puede ver; sólo la gracia de Dios, sólo una mirada de fe, sólo aquello que vamos experimentando en nuestro corazón en la medida en que nos acercamos al pobre desde Cristo, nos pueden hacer ver esto. De algún modo Jesucristo unió al pobre muy íntimamente con él, y le dio a su vida, a la vida del pobre, una eficacia redentora.

         Dice el Papa Francisco: “Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera misericordia». Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener «los mismos sentimientos de Jesucristo» (Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una «forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia». Esta opción —enseñaba Benedicto XVI— «está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza».Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”. (EG 198)

Dios nuestro Padre, por la sobre abundancia de su amor, quiere salvar al hombre del pecado y de la muerte. ¿Y cómo lo hace?, Sabemos que lo hace porque Jesucristo, el Señor, murió por nosotros cargando sobre sí todas las culpas del mundo, y desde allí todo cobra un un sentido nuevo. El Señor, con su Pasión y muerte en cruz, nos sana y nos reconcilia con el Padre, y nos regala su Espíritu.

San Pablo en la carta a los Colosenses habla de completar en su propia carne lo que le falta a la pasión de Jesús: “Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). San Pablo también dice que todos formamos el cuerpo de Cristo, somos su cuerpo. Y los pobres y sufrientes son parte especial de ese cuerpo místico del Señor que de un modo misterioso sigue padeciendo su Pasión en la carne de los que sufren.

Si bien nosotros sabemos que no se puede añadir nada a la eficacia redentora del Sacrificio de Cristo, también sabemos que desde Cristo nuestro propio sufrimiento tiene sentido. El creyente puede ofrecer sus sufrimientos como una forma de purificación; puede también ofrecer sus sufrimientos para pedir la conversión de otros pecadores. De hecho, existe la Unión de Enfermos Misioneros, donde se puede inscribir a todo enfermo crónico o anciano que desee ofrecer su dolor y su vida, uniéndolo al Sacrificio de Cristo, por las misiones y por el aumento de las vocaciones. El sufrimiento se puede convertir en un instrumento de Dios, si sabemos verlo con fe.

Esto le da a la vida de los pobres una nueva dimensión que excede su condición de meros objetos de nuestra misericordia. El pobre, sin saberlo, es protagonista de la redención. Lo que nosotros tenemos que saber, es que en esa persona que muchas veces es maleducada, es prepotente, que muchas veces tiene un olor muy fuerte y cuesta acercarse; a través de esa persona Dios está derramando su gracia entre nosotros. Y de algún modo a ellos también les podemos aplicar las palabras del ciervo sufriente de Isaías que aplicamos a Jesús: “despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante el cual se aparta el rostro, tan despreciado que lo tuvimos por nada” (Is 53,3). Y también: “por sus heridas fuimos sanados” (Is 53, 5).

La redención de Jesucristo se nos comunica de un modo muy misterioso y escondido en las llagas de ese hombre, de esa mujer que está tirado en la calle, que está sucio, que es despreciado, que tiene hambre, que pasa el invierno sin techo y sin abrigo, y que muchas veces se tiene que drogar o alcoholizar para olvidarse un poco de todo esto.

Esta reflexión nos tiene que ayudar a acercarnos a la realidad del pobre con los pies descalzos, con una mirada de fe, sabiendo que son ellos los preferidos de Dios; y sabiendo que nosotros podemos darles algo de comer, algo para cubrirse, una palabra de aliento, una oración, un abrazo, un oído que escucha; pero si lo sabemos vivir desde Jesús tenemos que comprender que Dios, a través de ellos, nos está dando mucho más de lo que nosotros podemos imaginar.

Fuente: Charla brindada por Fray Simón de Dios a los integrantes de la Noche de la Caridad de Nuestra Señora del Carmelo, Buenos Aires, Argentina

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