Buenos Aires, 22 de abril (PR/25) .- El 22 de abril de 1541, los primeros jesuitas realizaron los votos solemnes -pobreza, castidad y obediencia- ante la imagen de Santa María Virgen ubicada en la basílica romana de San Pablo de Extramuros. Aquél día se selló para siempre el vínculo entre la Madre de Dios y el alma jesuítica; vínculo determinante en la conversión del propio Ignacio de Loyola y de los hombres que se fueron uniendo al proyecto fundacional.

El veintidós de abril

He aquí parte del relato de lo sucedido aquel día. Estuvieron presentes San Ignacio de Loyola, fundador y general de la Compañía, y los miembros del grupo inicial (Salmerón, Laínez, Broet, Jay y Codure):

“Cuando llegamos a San Pablo los seis nos confesamos, unos a otros. Se decidió que Íñigo [Ignacio] dijese misa en la iglesia, y que los otros recibiesen el Santísimo Sacramento de sus manos, haciendo sus votos de la siguiente forma: Ignacio diciendo misa y justo antes de la comunión, sosteniendo un papel con la fórmula de los votos, se volvió hacia sus compañeros que estaban arrodillados, y pronunció las palabras de los votos…”.

“Después de decirlas, comulgó recibiendo el Cuerpo de Cristo. Cuando terminó de consumir colocó las cinco hostias consagradas en la patena y se volvió hacia sus compañeros. Cada uno tomó el texto de los votos en su mano y dijo en voz alta las palabras. Cuando el primero terminó, recibió el Cuerpo de Cristo. Luego, por turnos, los demás hicieron lo mismo. La misa tuvo lugar en el altar de la Virgen, en el que estaba reservado el Santísimo Sacramento…”

Unos meses antes y el futuro inmediato

El 27 de septiembre de 1540, unos meses antes de aquel glorioso abril, el Papa Paulo III había aprobado la ‘fórmula’ de la Compañía de Jesús y concedido la licencia para elaborar sus Constituciones. Dicha aprobación fue dada mediante la bula de confirmación, Regimini militantis ecclesiae [Por el gobierno de la Iglesia militante].

Entre los grandes retos que asumieron los jesuitas hay que mencionar su participación en el Concilio de Trento (clave para el movimiento de Contrarreforma). El Concilio abriría un frente más, que implicaba una suerte de movimiento pendular: pasar de la defensa de la fe católica y la Iglesia, al diálogo y entendimiento con los protestantes. Finalmente, algunos jesuitas empezaron a realizar viajes de misión a tierras lejanas, no cristianas, mientras otros, por su buena preparación o formación, se hicieron cargo de diversas misiones diplomáticas entre las coronas europeas y el papado.

En ese horizonte de misión inmenso, cada jesuita laboró al amparo y la guía de la Virgen, Madre de la Compañía.